Como suele ocurrir en estas organizaciones, incluso desarrollaron una jerga propia. Por eso hablan como compadres y se tratan de ´hermanito´,“Fariña” es una investigación del periodista Nacho Carretero, que describe cómo funcionaba el narcotráfico en Galicia en los años noventa, por cuyos puertos solía entrar el 80% de la cocaína consumida por Europa. El libro tuvo un inesperado impulso publicitario cuando un juez decidió confiscar todo su tiraje y prohibir nuevas impresiones, luego de que uno de los alcaldes mencionados denunciara al autor por atentar contra su honor. En cuanto la prohibición fue levantada, sus ejemplares se agotaron y ahora tiene hasta una serie en Netflix. Carretero plantea que hemos experimentado una transformación en la gran delincuencia. Antes funcionaba el modelo del cártel, una organización centralizada bajo el mando de un capo, como lo fueron el colombiano Pablo Escobar o el gallego Sito Miñaco. Vencidos los cárteles, los malhechores se reorganizaron, optando por diluirse y descentralizarse. Concentraron menores cuotas de poder y riqueza, pero se volvieron más difíciles de detectar y combatir. La tesis que Carretero plantea en «Fariña» se amolda como un guante a lo que estamos viendo los peruanos con los audios que han revelado una corrupción que se extiende por nuestro sistema de justicia, nuestra política, nuestro empresariado o nuestro fútbol. Ahora no tenemos a Vladimiro Montesinos que, por encargo de Alberto Fujimori, diseñó, montó y gestionó una estructura mafiosa centralizada, que funcionó como un Estado paralelo, encargándose de controlar jueces, sobornar congresistas, apurar negocios y dirigir a la prensa. El modelo de corrupción que comenzó a gestarse desde el año 2000 es muy distinto. A partir de entonces, las mafias fueron desarrollándose de manera independiente, cada una dentro de su especialidad, respondiendo a necesidades propias, sin que hiciera falta un articulador como Montesinos. Con el paso del tiempo, sus principales líderes terminaron por identificarse y se vincularon entre ellos, conscientes del poder, la protección y las ganancias que obtendrían de una sociedad. Como suele ocurrir con estas organizaciones, incluso desarrollaron una jerga propia. Por eso hablan como compadres y se tratan de «hermanito». La cercanía entre el juez supremo Hinostroza, el juez superior Ríos, un empresario como Camayo, un dirigente de fútbol como Oviedo, un congresista como Becerril, los integrantes del Consejo Nacional de la Magistratura e incluso el Fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, es producto de esta dinámica. Revela la existencia de una telaraña de conexiones que alcanza casi todos los niveles del aparato estatal, facilitando el encubrimiento de violadores, narcotraficantes, mineros informales y otras organizaciones vinculadas al delito. Recién hemos rascado la superficie de este entramado criminal, que se vislumbra vasto y frondoso. Falta, por ejemplo, conocer los nombres de los periodistas que se prostituyeron a su servicio. Y sancionarlos a todos. Con una condena penal para quienes cometieron delitos y con una sanción social ejemplificadora para esos que piensan pasar piola porque «solo» cometieron faltas éticas.