La alerta del Departamento de Estado sobre cogoteros armados contra turistas que nos visitan es muy razonable y, a la vez, tiene algo de redundante. La inseguridad del turista en el Perú no es novedad, y no se trata solo de un tema peruano. El mundo de los viajes está sembrado de lugares peligrosos por todas partes, no solo por la expresión "turismo de aventura".
No hay cómo obviar que la advertencia de Washington aparece en el horizonte de la próxima APEC peruana, a mediados de noviembre. En esa medida, es un llamado a cuidarse para todas las partes y todos los sectores del territorio. Esto incluye a quienes no somos turistas y también estamos en peligro de ser víctimas del crimen violento.
Con lo cual, el llamado del Primer Ministro a no protestar durante APEC “para no dar una imagen del conflicto” cobra un tufillo melancólico. La idea parece ser algo así como “déjense asaltar tranquilos, por lo menos delante de la gente importante que viene”, todo esto mientras los maleantes mantienen el ritmo de su obvio desafío.
Una muy buena nota de Rudecindo Vega en Otra Mirada nos hace notar que la inseguridad ciudadana no es la causa de nada, sino el efecto de la criminalidad estructural que se alimenta de una población indefensa. Luego hay quienes ven (yo entre ellos) la estructura criminal alojada en bolsones del propio gobierno, hoy como una segunda naturaleza del Estado.
Así, mientras Washington le dice a su gente que mire bien a dónde va, la PCM peruana no quiere que los potenciales inversionistas de noviembre intuyan la realidad de los heridos y los muertos, los robados y los golpeados, y finalmente los indignados, en las calles del Perú. Es probable que los turistas estén algo más seguros que los peruanos.
Se sabe que los hampones presos viven una intensa comunicación delictiva con sus cómplices del exterior. ¿Cómo es eso posible? Parece que a la gente del barrio no le gusta el bloqueo de celulares en las cárceles vecinas, así como hay barrios donde no les gusta que se lleven detenidos a los vecinos delincuentes. Esta es la pequeña cocina del delito, sobre la que está montado el gran banquete del crimen organizado.