En sí mismo, el apagón en Cuba es parte de ese medio siglo de penuria del hombre de la calle, por un tiempo llamado el socialismo castrista. A pesar de lo que cuenta el narrador Leonardo Padura, nunca fue una penuria amable. Simplemente fue una versión caribeña de lo que en América Latina se conoce como pobreza extrema.
El cuento de una isla llena de gente sin los necesarios bienes de consumo, pero con un par de muy buenos servicios públicos, educación y medicina, que compensaban las carencias, ya ha sido contado demasiadas veces. Nadie se declara sorprendido por el apagón nacional. Después de todo, ha coincidido con uno en el convulso Ecuador.
Este es uno de esos países donde nadie puede decir que todo tiempo pasado fue mejor. Pero quizás los largos discursos de Fidel Castro sobre la lucha antiimperialista le daban algo de sentido a esa dura vida en una situación soviética. Sin Castro ganándose la vida en los estrados, el sentido del Estado cubano se ha adelgazado mucho.
Ese sentido adelgazado es la supervivencia de una burocracia gracias a la herencia castrista: el espionaje aprendido de la URSS, un eficaz control de masas molestas en las calles, un lenguaje contestatario anclado en la crítica al bloqueo de Washington, el cual, vaya si ha funcionado para neutralizar el portaaviones URSS anclado en el Caribe.
El tema del bloqueo es clave para muchas cosas en Cuba. Por ejemplo, este tema del apagón: sin bloqueo habría corriente eléctrica suficiente. Puede que sí. Pero sin una burocracia empobrecedora que se vende como la perenne vanguardia bolchevique de 1905, simplemente no habría bloqueo de Washington a la isla.
La dignidad original de la Revolución Cubana terminó canjeada por un largo ciclo de mendicidad petrolera, con crudo ruso primero y venezolano después. Pensar que antes de la llegada de los hermanos Castro, La Habana fue una de las más modernas y prósperas capitales de la latinidad. Mejor fue ser colonia de Madrid que de Moscú.
¿Y ahora qué sucede con este apagón? Todos deberían aprovechar para escaparse en la oscuridad. Pero quizás no es necesario: el 10% de la población, más de un millón de personas, ha abandonado la isla entre 2022 y 2023. Con la luz encendida y todo.