La historia del ex asesor de las Madres de Plaza de Mayo (II parte),Schoklender: Funcionarios del gobierno reciben sueldo por arreglar licitaciones,Schoklender: Funcionarios del gobierno reciben sueldo por arreglar licitaciones, Argentina. Procesado por fraude explica el modus operandi de una red de corrupción que atravesaría al gobierno de Cristina Fernández. Asegura que licitaciones públicas son una farsa. Coimas cobradas a constructoras financiarían todas las actividades políticas del peronismo oficialista. También recuerda sus primeros años en la cárcel, a donde llegó con cadena perpetua por haber matado a sus padres. Por Martín Caparrós . ¿Qué es lo que te importaba decir en este libro? (N.de R: Se refiere a “Sueños postergados. Coimas y corrupción en la patria de los desvíos”. Planeta, 2011). –Básicamente que hay dos realidades totalmente distintas en cuanto al manejo del estado y la política. Por un lado, lo que te cuentan, lo que suponés que pasa, y, por el otro, lo que realmente sucede. Y también quería contar qué era el programa Sueños Compartidos, que para mí es el programa más hermoso que pudo haber creado alguna vez este país. Y quería contar también, en medio de este dolor, lo que eran las Madres, lo bueno y lo malo, lo valioso de esa lucha y los errores cometidos. Eso quería, más o menos. Yo le digo que bueno, que me cuente. Aunque sigo pensando en su libro escrito por la plata: cuando alguien dice algo tan aparentemente franco, los demás tendemos a creer que el resto de lo que diga también será verdad. Y a veces lo es, pero no tiene por qué serlo. –Sí, había un par de cosas que yo quería contar. Para empezar, cómo funciona el tema de las obras públicas. Es todo una ficción, puro relato. Sergio Schoklender debe saberlo: durante varios años dirigió el programa Sueños Compartidos, a través del cual la Fundación Madres de Plaza de Mayo recibió mucho dinero del Estado para construir viviendas populares: entre 740 y 1200 millones, según quién te lo cuente. De ese programa, en última instancia, vino todo el conflicto. –Primero, es una mentira que el Estado haga licitaciones. Toda esta cuestión de las licitaciones, concursos de precios, de calidad y de tiempo es una enorme mentira. Los contratos están asignados antes de que salga el pliego, y el pliego se arma de acuerdo al convenio que se haga con alguna empresa o pool de empresas constructoras amigas, donde entre el 15 y el 25 % de ese valor automáticamente tiene que ir como retorno para financiar la política. Porque la gran ficción es cómo se financia el Estado. Esto no es privativo en la Argentina, esto sucede en el mundo; tal vez acá se puso más en evidencia. A ver: acá antes la política se financiaba básicamente con los fondos reservados de la SIDE que eran incalculables –por eso eran reservados–, porque lo que no se blanquea nunca es que los funcionarios no viven del sueldo que figura en los papeles. No podrían hacerlo. Vos no podrías mantener una planta de profesionales de cierto nivel con el sueldo nominal del Estado. Entonces necesitás financiar ese sobresueldo que necesitás para mantener una planta estable en los ministerios. ¿Y cómo se entregan esos sobresueldos? –En efectivo, en mano a cada funcionario político a fin de mes. ¿Y qué orden de dinero sería? –Hoy ningún funcionario de primer nivel vive con menos de 20 mil dólares mensuales. Y sus sueldos nominales son de 20 mil pesos. Vos no tenés un ingeniero de primera línea para la subsecretaría de Obras Públicas de la Nación con un sueldo de 20 mil pesos. Por más que le pongas coche, chofer, teléfono celular y demás, digamos, ¿cómo los retenés? Si la actividad privada les generaría muchísimo más... El otro tema es que se necesita dinero para financiar actos, campañas políticas. Lo cual es entendible, si no los únicos que podrían hacer política serían los que tienen plata. Si la política se hace con plata, sí. Pero se podría hacer de maneras donde la plata no importe tanto. Siempre se pudo... –Se necesita plata para hacer un escenario, para llenar la plaza, para cartelería, afiches, micros, gente. Eso se hace con plata. Hay situaciones en que las plazas se llenan sin micros ni sanguchitos… –Sí, pero en general son situaciones de protesta o de reclamo. Para que te vayan a aplaudir y agiten tu banderita, en general necesitás poner unos mangos. Entonces ya tenés dos cuestiones: la plata para mantener una planta permanente y la necesidad de financiar esta forma de hacer política. Y después tenés las ambiciones personales de un sinnúmero de funcionarios o de gente que cree que además de ganar bien, su paso por el gobierno tiene que salvar a varias generaciones de sus descendientes. Entonces, ¿cuál era la gran discusión que yo tenía con el gobierno? Si vos tenés partidas de megaobra pública –los túneles, las represas, las hidrovías, todas esas obras gigantescas– no te metas con la leche del comedor para los chicos, no me chorees del presupuesto para villas y asentamientos. No la saqués del último escalón, sacala de donde sobra. Porque, claro, la Argentina se sigue manejando a través de la Jefatura de Gabinete que te reasigna el presupuesto como quiere. Entonces de la noche a la mañana las partidas que se asignaron para educación o para vivienda o para salud van a parar a otro lado. Pero a su vez en cada ministerio tiene esa misma facultad interna, entonces ellos pueden mover esas partidas libremente. Yo de pronto me encontraba con que una partida que nosotros necesitábamos para seguir construyendo en alguno de los barrios, desaparecía. ¿Cómo que desapareció? Sí, porque Cristina resolvió lanzar el plan netbook. Pero negro, sacá la plata de otro lado… Hay cosas que me parecen muy bien, y el Estado tiene que hacerlas y hay plata para hacerlas, o por lo menos hubo, en estos años de bonanza ilimitada. Pero no me chorees del último escalón. ¿Lo que vos decís, entonces, es roben pero razonablemente? O sea, saquen de los lugares donde más sobra y no donde más hace falta. –Suponer que esto se va a terminar simplemente porque no es ético es… Dice Schoklender y, en medio de la catarata, para a pensar una palabra: me parece que quiere ser amable, pese a todo. ¿Es que, cuál es el adjetivo? –Una pelotudez o una ingenuidad. Yo no soy ingenuo; ésa era la realidad con la que tenía que convivir. Yo les acepto que paguen una planta permanente con sobresueldo que no figura en ningún lado, les acepto que necesiten plata para hacer política de esta manera, les acepto que haya funcionarios o un entorno que tenga que enriquecerse y garantizarle el bienestar a varias generaciones. Bárbaro. Pero muchachos, hay plata que no se puede tocar, donde la inmoralidad ya es superlativa. Ahí lo que me encontré es que no hay ningún límite. Te doy un ejemplo: nosotros construíamos hospitales en 90 días, en el Chaco, en el Impenetrable, en Santiago. Hospitales de primera línea, totalmente equipados; hospitales de 1800 metros, grandes, hechos con la gente del pueblo, sumándolos al proyecto, capacitándolos, por un tercio de lo que el Estado licitaba los hospitales pelados, sin equipamiento, en cualquier parte del país. Schoklender estuvo ahí: debe saber. * * * Porque en algún momento, a principios de los años noventas, la vida de Sergio Schoklender tuvo otro vuelco bruto. Había entrado en la cárcel en 1981: tiempos muy duros pero, dice, tan formativos. Más tarde, cuando le pregunte quién era él antes de la cárcel, me contará que un chico rico de Belgrano que leía poemas y balances, que un pichón de gerente, que un rebelde, que un insatisfecho, pero que nada de eso importa demasiado: que él empezó a ser alguien en la cárcel. –Yo empecé a ser alguien en la cárcel. Repetirá, la voz suave, educada, pero las manos con temblor y el soplo de tabaco. Entonces le preguntaré cómo fue la llegada de un chico rico de Belgrano a la cárcel más bruta de un país muy bruto; le preguntaré, en realidad, si su miedo principal no era cómo hacer para que no se lo cogieran, y él me dirá que no: que cuando entró lo encerraron en una celda de aislamiento y lo dejaron meses a disposición de unos señores de inteligencia del Ejército que lo interrogaban –que lo mataban a golpes– para que les contara qué negocios tenía la empresa de su padre con la Marina y su ínclito jefe, el almirante Eduardo Emilio Massera. Y que en esos días le pegaron tanto, lo maltrataban tanto, y que él de puro animal se resistía: –Lo más trágico es que me interrogaban por cosas que no tenía ni idea, era la pura desesperación del Ejército por saber los negocios que había hecho la gente de la Armada con mi familia. Los primeros días me venían a buscar y yo lloraba, gritaba, me escondía en un rincón; los tipos me agarraban, me llevaban, y cuando me devolvían me tiraban a la celda de castigo estaba reventado, me despertaba horas después. Pero a los 15 o 10 días ya venían y me peleaba contra los guardias. Alguna mano ponía, porque sabía que me iban a poner. Y para sacarme de la celda tenían que venir en serio, eh… Me acuerdo que lo más doloroso, lo más duro era la espera, cuando pensás cuándo te van a venir a buscar: ésa es aterradora. Pero ahora sabe, dirá, que esas torturas lo salvaron: cuando lo bajaron al pabellón general ya se había ganado una fama de ser un tipo duro. –Con todas esas palizas, a los tres meses yo ya era un perro de pelea. Y cuando me bajan al pabellón me tiran en el peor, pensando que yo tenía que jugar el papel de víctima, lo lógico para uno que venía de ser acusado de parricidio, encima a esa edad y sin experiencia. Y al día siguiente, cuando se abren las rejas y yo pienso acá a pelear, pasa uno y me deja un pulóver, pasa otro y me deja un jabón, me había hecho un nombre. Y fue así. En los años que estuve, nunca puse las manos atrás, ni la cabeza gacha: ni por puta se me hubiese ocurrido. A la mañana sonaba el silbato en el pabellón y tenías que levantarte, armar la cama, ordenar todo y poner la mano afuera de la reja para el recuento. Yo estaba acostado. ¿Qué hace ahí? ¡Andá a la concha de tu madre, estoy durmiendo!, le decía. Entraba la requisa, quilombo, palo, quejas, expedientes. Yo batí el récord de días castigado. Hasta que llegó un momento en que uno decía che, Schoklender no se quiere levantar. Y bué, déjalo, le decían. Llegó un momento en que era inmanejable. Y llegué a manejar media cárcel de Caseros y media cárcel de Devoto. Hasta los guardias laburaban para mí. Monté una imprenta enorme en la cárcel, donde hacíamos apuntes para la universidad y los guardias traían los carros llenos de papel, laburaban los presos comunes, los policías, los menores. Y armamos un centro de investigación informática. Y desensamblé el formateo de disquete de Microsoft, el lenguaje binario y lo transformé en lenguaje de computación y publiqué todo el programa, fui uno de los primeros hackers, la Asociación de Programadores Libres. En la cárcel, también, Schoklender se recibió de abogado y de psicólogo, dejó sociología a falta de dos o tres materias, terminó un diploma en teología, y conoció a unos presos chilenos, militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que le hicieron entender algo de lo que le pasaba: –Ahí es donde empiezo a hacer un click, en medio de toda esta locura que estaba viviendo, en medio de esa represión. Ahí empecé a entender que todo eso no tenía que ver que el guardia fuera malo sino con un sistema que reproduce este tipo de consecuencia. Que el hecho de que la inmensa mayoría de los que estaban en la cárcel fueran pobres y analfabetos no era porque los pobres y analfabetos fueran malos. Yo siempre leí muchísimo de chico, me apasionaba la lectura; ahí empecé con la lectura política. –¿Qué leías? –Por supuesto todo Marx y Engels, todo Mao, el libro verde de Kadafi, todo material político. Ya era la democracia entre comillas y circulaba todo. Antes, me acuerdo, en el pabellón, si queríamos escribir algo, lo escribíamos en formato de poesía. Si los guardias te lo veían decías, esto es poesía, y ellos ah, poesía, no pasa nada. (Mañana: Sergio y Hebe: Ella peleó por sus hijos, él mató a sus padres.)