En primavera, es habitual que el polen invada el aire y provoque estornudos; sin embargo, en algunas regiones también se observan campos cubiertos por una capa de pelusas blancas. En ciertos lugares, se realiza una quema controlada de las semillas de determinados álamos. Esta práctica vista como un fenómeno inverso, contribuye a la regeneración y expansión de estas especies, siendo fundamental para su ciclo de vida.
Las semillas altamente combustibles pueden prenderse y arder con rapidez, sin afectar el césped sobre el que descansan. Este video captura una quema en el Parque del Cidacos, en Calahorra, España, donde se observa cómo el fuego no daña el césped, ni los bancos ni los árboles cercanos.
El proceso se inicia cuando las semillas de álamo alcanzan su madurez, momento en el cual están rodeadas por una estructura esponjosa y ligera, conocida como "pelusa" o "vaina," que facilita su dispersión a través del viento. No obstante, estas semillas enfrentan dificultades para germinar en el suelo debido a su cubierta dura y la intensa competencia con otras especies vegetales.
Aquí es donde el incendio controlado desempeña un papel crucial. Las semillas de álamo han desarrollado una adaptación que les permite utilizar el fuego como mecanismo de supervivencia. Durante un incendio forestal, el intenso calor provoca que la vaina protectora de las semillas se abra, liberándolas en el aire. Estas semillas son luego arrastradas por corrientes de aire hacia áreas cercanas, donde encuentran mejores condiciones para germinar.
La clave de este proceso es que el fuego, en lugar de ser destructivo, resulta beneficioso para la regeneración de los álamos. Estos árboles han evolucionado para resistir el fuego gracias a su corteza gruesa y resistente al calor, lo que les permite sobrevivir a las llamas y facilitar la dispersión de sus semillas.