El primer animal transgénico para venderse como mascota tiene aletas, escamas y brilla en la oscuridad. Se trata del Glofish, un peculiar pez cebra alterado genéticamente mediante proteínas de medusa o anémona, que le otorga distintos colores. Desde su salida al mercado, la polémica no se ha detenido.
No obstante, la creación de estos pequeños peces no estuvo dirigida en un principio a decorar las peceras de los hogares del mundo. Conoce la historia y los dilemas éticos que generó el Glofish, del que se denuncia su modificación para fines puramente comerciales.
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'Glofish'. Foto: Tampa Bay Cichlids.
Originalmente, el Glofish fue creado en 1999 por investigadores de la Universidad de Singapur, como resultado de introducir un gen fluorescente en el genoma del pez cebra. El objetivo del experimento era identificar, a través del cambio de pigmentación, la contaminación del agua.
Sin embargo, la empresa Yorktown Technologies vio en él una oportunidad comercial y, en 2003, inició la venta de la marca Glofish en el mercado estadounidense. Desde el principio, numerosas asociaciones buscaron detener su venta, como el Centro para el Asesoramiento en la Tecnología y el Centro para la Seguridad Alimentaria.
Dichos grupos, junto con ecologistas y científicos, señalan que el gen fluorescente, procedente de una anémona marina y que permite al Glofish reflejar la luz exterior, utiliza genes derivados de virus y bacterias resistentes a los antibióticos, por lo que su venta podría amenazar la salud de humanos y animales, en caso de ser ingerido por peces de consumo humano.
Andrew Kimbrell, director ejecutivo del Centro para la Seguridad Alimentaria, opinó que este pez podría desatar una tendencia de mascotas ‘transgénicas’: “A este pez podrían seguirle cientos de animales que podrían ser genéticamente alterados solo para nuestra diversión y enriquecimiento”.
Asimismo, para San Schumchat, representante de la Comisión de Caza y Pesca de California durante la prohibición de la venta del ‘Glofish’ en dicho estado, se trata de “una cuestión de principios”: “Estamos jugando con las bases genéticas de la vida. No me parece justo que produzcamos un nuevo organismo solo para que sea nuestra mascota”.
Glofish. Foto: Arizona Aquatic Gardens.
La comercialización de los ‘Glofish’ abre las puertas para nuevas discusiones sobre la ética en los experimentos con animales. ¿Es válido hacerlo cuando no está destinado a salvar vidas humanas? La industria alimentaria, por ejemplo, lleva tiempo modificando genéticamente el ganado para hacerlo más eficiente y productivo.
Ante ello, las opiniones están divididas. Por un lado, el filósofo moral Eze Paez señaló a El Periódico de Extremadura que no se justifica invertir tiempo y recursos cuando el objetivo es la explotación animal. “Tendría más sentido invertir en alternativas a la carne que crear nuevas especies para enviar al matadero”, apunta y afirma que los avances de la ciencia deben enfocarse al beneficio de los individuos más vulnerables, sin distinción de especie.
Por su parte, el investigador Lluís Montoliu defiende estas alteraciones debido a su utilidad para mejorar el funcionamiento de la industria “y así alimentar a más personas”. Además, sentenció que la experimentación en animales es un “proceso transparente y muy regulado desde el punto de vista ético”.