La receta que Suecia buscó en solitario desde el inicio de la pandemia fue sencilla: dejar al coronavirus propagarse naturalmente para llegar a la inmunidad colectiva, principio que, en buena cuenta, significa que cuando suficientes personas de un grupo social –se dice que al menos un 60%- contraen un virus producen anticuerpos que inhiben la recurrencia del contagio.
Para eso, las autoridades suecas decidieron algo que, en países como el Perú, donde se requiere sanciones para evitar que la gente viole las normas sanitarias, parecería una utopía: confiar en la responsabilidad y capacidad de autocontrol de los ciudadanos. El Gobierno se limitó a sugerir las medidas restrictivas (distancia social, cuidado de personas mayores, uso de mascarillas). Es decir, los trató como adultos.
Aunque se prohibieron las reuniones de más de 50 personas, se cerraron los museos y cancelaron los espectáculos deportivos, Suecia mantuvo sus fronteras abiertas, dejó que restaurantes y bares siguieran sirviendo, permitió el funcionamiento de escuelas y guarderías (fundamental para que la gente vaya a trabajar) y no puso límites al transporte público.
Desde que apenas tenían tres mil casos y cien muertes –ahora tienen 24 mil contagiados y casi 3.000 muertos, medio millar más de lo proyectado inicialmente-, los suecos siguieron haciendo una vida normal, yendo a los parques y haciendo reuniones sociales. Incluso peluquerías, estudios de yoga, gimnasios y algunos cines permanecieron abiertos.
Mientras el mundo calificaba la estrategia de temeraria, imprudente, cruel e irresponsable, pasaron los días y, hoy, la curva sueca no es muy diferente a la media europea. Es verdad que el número de fallecidos es superior a sus vecinas Noruega, Dinamarca, Austria y Alemania (donde ha habido mayores restricciones), pero es inferior a países donde el encierro ha sido la receta: Holanda, Francia, Gran Bretaña, Bélgica, España e Italia. Además, sus unidades de cuidados intensivos ni se acercaron al colapso y pueden presumir de tener más de 250 camas disponibles ahora mismo.
El enfoque sueco ha sido calificado también de demasiado técnico, descarnado y frío, y solo se puede entender que hayan optado por esa vía porque, allá, los expertos tienen un enorme peso en las decisiones públicas, tanto como los organismos técnicos independientes, y por la confianza de los ciudadanos en su Gobierno.
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El artífice de la estrategia, el epidemiólogo jefe del Gobierno Anders Tegnell, señalaba hace unas semanas que la capital sueca alcanzaría la inmunidad colectiva durante mayo, pero advertía que era esperable que, al comienzo, se sintiese un mayor impacto, pero que esta opción es más sostenible en el tiempo que las medidas de aislamiento más rígidas.
Sin embargo, Tegnell, hoy considerado un héroe nacional y un rockstar -al punto que más de uno se ha tatuado su nombre y hasta le han dedicado un rap- , no se deja vencer por el ego y ha dicho con humildad que no está “para nada convencido (de haber tomado la vía correcta)”. “Estamos constantemente pensando en qué podemos hacer mejor y qué otras medidas tomar”, declaró a un medio sueco.
Y esta semana le vino el espaldarazo de la OMS, entidad que al principio se mostró escéptica con su estrategia, pero que ahora, a través de Mike Ryan, su principal experto en emergencias, lo felicitó. “Creo que, si queremos alcanzar una nueva normalidad, Suecia representa un modelo para volver a una sociedad sin confinamientos”, ha dicho Ryan.
Pero las medidas que en Suecia han funcionado no son algo que se pueda imitar con facilidad. Primero, porque debe tenerse en cuenta la idiosincrasia -se dice que, entre los suecos, la distancia social es innata-, el sentido del deber, la disciplina y el estilo de vida de la población, así como el alcance del sistema de salud.
Además, hay un costo enorme que esa sociedad está pagando y es que, las principales víctimas del COVID-19 (más de un 80% de fallecidos) son los ancianos, la mayoría de los cuales vive en albergues.
Aún es temprano para sacar conclusiones, pero hay quienes proponen ver a los suecos como los que en experimentos científicos se conoce como “grupo de control”, aquel que permite saber, por comparación, lo que habría ocurrido con el coronavirus sin confinamiento, sin parar la economía y con mucha libertad.
Hasta el momento, el experimento sueco, que busca lo que científicamente se llama “inmunidad de rebaño”, parece estar funcionando.
Aunque está en el puesto 14 en fallecimientos, le va mejor que a países europeos que han optado por las restricciones extremas.
En el mundo, estos son los que encabezan el trágico ranking de muertos por COVID-19:
USA: 73.431
Reino Unido: 30.076
Italia: 29.684
España: 25.857
Francia: 25.809
Brasil: 8.588
Bélgica: 8.339
Alemania: 7.275
Irán: 6.418
Países Bajos: 5.221
China: 4.633
Canadá: 4.366
Turquía: 3.584
Suecia: 2.941