Triste realidad. Caños de uso público son insuficientes para comunidad shipiba. Sedapal dice que no puede instalar el servicio porque no hay redes de abastecimiento.,Fernando Tananta camina con la mirada fija en el suelo, atento a sus pasos para no caer. Respira con dificultad, pero trata de avanzar con rapidez. Sobre su hombro lleva un balde con 20 litros de agua. PUEDES VER: Luis Castañeda: su aprobación cae cuatro puntos tras caso Cantagallo, según GfK "Me duele la espalda y el hombro, ¿pero qué voy a hacer?", comenta mientras descansa. Cada mañana, desde que el fuego destruyó Cantagallo, Fernando tiene que juntar ocho baldes para cocinar, lavar ropa y regar el suelo de su casa, con lo que evita que el polvo se levante y afecte la salud de sus tres hijos. La rutina posterior a la tragedia no es nueva, aunque sí ha cambiado. Antes del incendio, recuerda, la presión no era suficiente para que el agua llegue al caño público instalado en el tercer nivel de la comunidad, donde él vive. Entonces tenía que juntar el líquido por las noches, entre la una y las dos de la mañana. Caminaba a oscuras, casi a ciegas, porque en este lugar tampoco hay postes de luz. En Cantagallo hay uno o dos caños de uso común en cada nivel, además de cuatro pilones que llegan vacíos al final del día. Frente a uno de estos tanques, bajo el sol del mediodía, Lisbeth, de 17 años, lava la ropa de su bebé de un mes. La noche del incendio, cuando el niño tenía apenas dos semanas de nacido, su familia lo perdió todo. "Estábamos durmiendo cuando en el parlante dijeron que había fuego. Solo agarré a mi bebé y corrí hacia el río. Perdí toda su ropita, se quemaron sus documentos”, cuenta mientras enjuaga una prenda. Aunque Lisbeth hace hervir el agua antes de bañar a su hijo, el pequeño tiene salpullido, fiebre y una tos preocupante. Ella sospecha que la falta de higiene, como consecuencia de su limitado acceso al agua, es la razón de sus enfermedades. Las moscas y los malos olores son comunes en Cantagallo. En el segundo nivel, al lado de un orificio que conecta con un improvisado desagüe, Ángela Santos, de 15 años, lava sus platos y arroja el agua sucia al suelo porque la tubería ha colapsado. José Santos, su padre, aclara que ese tubo se instaló hace cinco años y desemboca en un pozo séptico. Algunas familias habían instalado ramificaciones individuales en sus viviendas, pero la mayoría tenía que usar siempre algún baño público.T Zona complicada Aunque la comunidad paga S/ 155 mensuales por el agua que consume, los shipibos dicen que el servicio solo se mantiene unas horas al día. Sedapal explica que solo ha autorizado cuatro conexiones de uso público, pero que muchos residentes han instalado ramificaciones domésticas que perjudican la presión. Michael Vega, gerente de Servicios Norte de la empresa, detalla que en Cantagallo no se puede prestar el servicio regular porque no hay redes principales que abastezcan la demanda de la población. A esto se suma la mala calidad del suelo que impide ejecutar las obras necesarias. "Las redes de agua más cercanas están pasando la Vía de Evitamiento, es decir, de ninguna manera podríamos instalar el servicio dentro de Cantagallo porque no hay redes primarias de donde se debe captar el agua, además el suelo tiene algún nivel de riesgo", dice Vega. Esta realidad tendría un impacto en la posibilidad que tiene la comunidad de quedarse en la zona, tal como reclaman algunos de sus integrantes y dirigentes. Otra de las razones que no permite prestar los servicios básicos en este sector es la situación legal del terreno, cuyo saneamiento depende de la Municipalidad de Lima. Y mientras se define toda esa situación, Cantagallo vive atrapada en la misma rutina de carencia y precariedad.