Sociólogo y científico social. Estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNMSM y Letras en la PUCP. Ha escrito sobre racismo, identidad nacional, terrorismo, entre otros temas. El año pasado recibió el Premio Nacional de Cultura. , Gonzalo Portocarrero lleva 50 años pensando en el Perú. Profesionalmente. Su preocupación comenzó cuando era pequeño y veía el trato que recibían las criadas de su casa, con quienes se sentía identificado. "Mi interés por el país obedece a un trauma. Cuando yo era niño, en los 50, había mucho racismo en el Perú y ante esas manifestaciones yo me sentía afectado", cuenta. Dicen que una elección puede sacar lo mejor de un país, pero también lo peor. ¿Cuál es el caso del Perú? Creo que estamos atestiguando el surgimiento de un impulso moralizador en la ciudadanía peruana que tiene que ver con el rechazo a la corrupción. La gente quiere una ruptura con el pasado, quiere un gobierno más honrado. Y eso se expresa en el renacimiento del antifujimorismo. Así es... Este tema del impulso moralizador ha surgido en respuesta a las informaciones de los medios de comunicación que durante los últimos años nos han inundado de casos de corrupción, y creo que el país ha comprendido. Este es un aprendizaje colectivo muy importante, que con corrupción no vamos a ninguna parte. Hemos dado acuse de recibo de casos como Áncash, los narcoindultos, Ecoteva... Claro, es lo que podemos llamar un aprendizaje colectivo, tal como se dio a inicios de los 90, cuando la mayoría de la ciudadanía comenzó a pensar que los programas heterodoxos, estos de aumentar el gasto público, imprimir billetes, controlar precios, no llevan a ningún lado. A partir de los 90, el modelo de finanzas ordenadas ha tenido mucho apoyo. Vamos de situación traumática en situación traumática... Es porque muchas veces las situaciones traumáticas producen aprendizajes. La inercia es una fuerza muy poderosa, y para romper la inercia es justamente necesario una situación traumática que nos descoloque y nos haga ver que lo que pensábamos no tiene ningún fundamento. Por ejemplo, el coqueteo de la sociedad peruana con la violencia en los 80. Bueno, ya hemos aprendido como sociedad que la violencia no nos lleva a ningún lado. Ha estudiado el tema de Sendero. Estos días se ha hablado de la posibilidad de retornar a ese período de violencia ante el eventual triunfo de uno de los candidatos. ¿Ve eso posible? No, yo creo que ya está totalmente descartada la idea de que a través de cambios violentos pueda obtenerse resultados significativos en términos de progreso social o de alivio de la pobreza. Eso es algo que ya hemos aprendido con mucho sufrimiento. Entonces, cualquier fuerza que proponga la violencia está inmediatamente excluida de la escena política. El Movadef no ha logrado una presencia significativa. Eso también confirma que ha habido un aprendizaje colectivo de que la violencia no lleva a ningún lado. Parece, además, que debido a este aprendizaje colectivo, en estas elecciones se jubilará a gran parte de la clase política. Yo creo que la actual elección significa una renovación muy oportuna, y en ese sentido estoy muy optimista de la política peruana desde la ciudadanía. ¿Está de acuerdo con la frase que dice que cada país tiene el Presidente que merece? Creo que en la frase hay algo de cierto, pero también mucho de falso. Es evidente que una persona se encumbra en las encuestas y en las votaciones porque está recogiendo algo que la gente demanda, pero no necesariamente esas aspiraciones son recogidas desde una perspectiva constructiva. El caso más célebre es el de Hitler. Hitler llega al poder gracias a elecciones, pero de inmediato su primera medida es anular la Constitución y fundar un estado de excepción que le permita dictar todas las leyes y hacer lo que quiere en Alemania. Lo que pasa es que Hitler recoge una gran necesidad de seguridad, de unión, en un país donde la inflación, los enfrentamientos sociales eran tremendos, entonces aparece como una solución, pero a la larga resulta peor que la enfermedad. Hay quienes se preguntan si somos una sociedad lo suficiente madura, lo suficiente informada, como para que todos los ciudadanos tengan derecho de ejercer el voto. ¿Qué dice usted sobre eso? Con la inclusión de las mujeres en la década del 50, y de los analfabetos en los 80, tenemos una ciudadanía ampliada, una ciudadanía que comprende a todos los peruanos mayores de 18 años, es lo lógico en un país que tiene una vocación democrática, aun cuando la democracia en nuestro país sea todavía muy incipiente. En nuestro país todavía tenemos rezagos de prepotencia, de arbitrariedad que están muy presentes. Todavía hay mucha gente que piensa que lo que necesita el Perú es un gobierno fuerte, duro, pero al mismo tiempo justo. Esa es una idea absurda, porque donde hay un gobierno fuerte y duro, no hay justicia, sino al contrario, lo que hay es corrupción y profundización de las brechas sociales. Ese es un aprendizaje que no hemos terminado de hacer como colectividad. Y de la mano con la búsqueda de un gobierno duro, en nuestro país hay la búsqueda de un mesías, de un caudillo. Exacto, sí. Es lo que Alberto Flores Galindo llamaba “buscando un inca”, ¿no es cierto? Como si la sociedad peruana andara buscando siempre ponerse detrás de un individuo que sea una especie de salvador, darle todo el poder para que este individuo logre transformar en un sentido positivo la sociedad peruana, pero es una aspiración que podríamos tildar de absurda, porque –como te decía– los gobiernos fuertes no son gobiernos justos. Hay que recordar la famosa frase de Lord Acton: El poder absoluto corrompe absolutamente. Pero muy poco le interesa a la gente temas como justicia, solidaridad o bien común... Es que hemos tenido una cultura de la pendejada, del vivo, donde el vivo aparecía como un modelo positivo de identidad, una persona que transgrede, que se sale con la suya, y no le importan los demás. Pero creo que en los últimos años ha habido el aprendizaje colectivo que te mencionaba, la gente se da cuenta que en el fondo el vivo se aprovecha de los demás, que cuanto más vivos haya, menos van a ser las posibilidades de desarrollo del país; y que a este paso no vamos a ningún lado. Este es un aprendizaje colectivo que estamos viendo en los últimos años y que me parece muy importante porque refleja que algo está cambiando en las mentalidades colectivas y tiene que ver con la mejora en el nivel educativo, con la mejora en las comunicaciones, con la mayor integración del país, con el rechazo a la prepotencia y al desprecio... ¿Cuántos Perú van el domingo (hoy) a las urnas? Aún no somos uno solo. Acabo de terminar un libro donde pongo como alegoría del Perú la plaza de Ancón, que es muy interesante porque tenemos dos monumentos que no se miran entre sí. De un lado está el monumento a Tupac Amaru y Micaela Bastidas, que están mirando hacia los andes del norte, y del otro, casi enfrente, está Miguel Grau, por supuesto mirando al mar. Son los grandes héroes nacionales y sin embargo no se miran entre sí. Entonces, tenemos todavía una disociación entre la tradición criolla y la tradición andina, lo que hace que, por ejemplo, el voto en el sur andino tenga una peculiaridad distinta respecto del voto en Lima o en el norte, que son votos más criollos o modernos. En el voto del sur andino lo que prima es una demanda de nación. En pleno siglo XXI, ¿sigue existiendo esa brecha? Yo creo que es una brecha muy importante que se reproduce en la ciudad de Lima, porque actualmente la ciudad andina más grande en el Perú es, por supuesto, Lima. Y eso hace aún mayor la brecha entre la capital y el interior del país. Sí, o por ejemplo toda la idea de que la música criolla sería la música nacional, que pareció funcionar hasta la década del 50, a partir del 60 perdió fuerza. Actualmente en los cumpleaños de Lima, en enero, uno ve que la música criolla es escuchada pero no es la música que enciende a la población, que es básicamente migrante o hija de migrante. La música que enciende a la población limeña es la cumbia andina. Entonces, esas brechas se siguen dando. En su libro "La urgencia por decir nosotros", señala que la idea de nación tiene más que ver con una visión común de futuro que con tener un territorio, un himno o una bandera. ¿Tenemos esa visión común los peruanos? Esa visión se está forjando, hay un paulatino acercamiento, pero todavía las diferencias son sustanciales. Eso se ve también en espacios como las diferencias entre Las Casuarinas y San Juan de Miraflores donde hay un muro, un muro que nos puede hacer recordar al muro que hay entre la Franja de Gaza e Israel, o al muro que Estados Unidos pretendió completar en la frontera con México. Entonces, todavía somos una sociedad muy dividida, todavía el racismo es muy importante, pero es aún más importante es la lucha contra el racismo. Somos una sociedad que a Dios gracias ha cambiado mucho, una sociedad donde esas diferencias se siguen dando pero ya no pasan desapercibidas y son combatidas. Esto nos coloca en un camino mucho más abierto hacia una democratización social. Ese racismo abierto del "choleo" público está socialmente condenado. Y ese es otro aprendizaje colectivo muy interesante, ¿no?, el hecho de que estas diferencias injustas en realidad terminan atentando contra la paz y llevan a una serie de brechas que van a producir violencia. Pero sí, el racismo continúa y es cada vez menos aceptado. Hay pasos significativos, de hecho está surgiendo una clase media en el mundo de la migración que tiene ahora acceso amplio a la educación universitaria y que comienza a tener sus intelectuales, que comienza a producir una nueva cultura más enraizada en nuestra historia. Con miras al Bicentenario, ¿en qué debemos decir que andamos atrasados como país? Hay muchos campos, fundamentalmente la educación, la salud, la falta de diversificación económica, la dependencia excesiva de las materias primas, la falta también de un sentimiento de identificación con el país que haga posible emprendimientos colectivos, porque ahí donde no hay identificación, donde no hay confianza, es imposible fomentar emprendimientos colectivos. ¿Cuál debería ser nuestro objetivo país al 2021? Es muy impoprtante lo que te mencionaba de los aprendizajes colectivos. Un objetivo para el Bicentenario sería consolidar este mensaje de que mientras no haya una igualdad, mientras subsista el racismo, lo que va a haber es rencor entre la gente, desconfianza, una falta de solidaridad y una falta de institucionalidad donde prime la lógica de la mafia en vez de la lógica de la democracia y la ley. Entonces, debemos interiorizar la igualdad ante la ley de todos los peruanos, eliminar la figura del pendejo o el vivo como un modelo positivo, y sentirnos más cerca y más iguales. Eso es lo que debemos lograr.