Los fujimoristas deben estar felices y descorchando botellas de champán. Al igual que los ultraconservadores de la moral, tan afines al partido naranja a la hora de votar. Y es que ambos sectores tienen razones para celebrar y aplaudir y congratularse. ¿Por qué? Porque el Perú está virando hacia el autoritarismo a machamartillo. Según el último sondeo nacional de Pulso Perú, propalado por Gestión y Perú21, basado en el Gráfico de Nolan (un test corto que permite definir las posiciones políticas de un grupo humano), casi la mitad de los encuestados son proclives a una opción política totalitaria, o cuasi fascista. No sé ustedes, pero el resultado de la encuesta de Datum me parece más que inquietante. O aterrador, si prefieren. Los autoritarios (aquellos que creen que el Estado debe regir sobre todas, o casi todas las cuestiones, anteponiendo el bien común al individual) pasaron de 31.4% en el 2014 a 45.8%. Los representantes de este segmento absolutista se ubican sobre todo en Lima (llegan al 50.8%; hace un año constituían el 40.6%). En el oriente, en cambio, apenas son el 22.9%. La segunda zona donde más se incrementó este conglomerado ha sido el norte. De 38.5% los simpatizantes de la cosa autocrática se convirtieron en 45.5% en el lapso de un año. En el caso limeño, los potenciales adherentes al autoritarismo se concentran en el nivel socioeconómico D, con 53.2%, y en el E, con 50%. El segmento A/B se posiciona en el centro político (43.6%). Así las cosas, tenemos un aumento preocupante de gente que vería con muy buenos ojos una opción “de mano dura”, que “imponga orden”, aunque ello suponga en los hechos el recorte de libertades personales. Otro de los datos reveladores de Pulso Perú indica que hay un 46% que estaría de acuerdo con restricciones a la libertad de expresión. Bueno. Así estamos, les cuento. Buscando al Donald Trump cholo. Para elegirlo el 2021. ¿Pueden creerlo? Y no me digan que esto no es más que un dato anecdótico, o pasajero, o parte de nuestra idiosincrasia folklórica, o qué sé yo, porque no lo es. Es una tendencia en el Perú. Y es, asimismo, una tendencia mundial. “Hay una tendencia creciente clarísima. ¿Hasta dónde puede llegar? No lo sabemos”, anota Urpi Torrado, gerenta de Datum, en Perú21. Las explicaciones son múltiples. La gente está harta de un Estado ineficiente, precario, incapaz de proveer servicios básicos. La gente está harta de nuestra miserable clase política. La gente está harta de la inseguridad ciudadana. La gente está harta de la corrupción endémica y de la venalidad galopante y de la indolencia extendida de las autoridades judiciales ante los corruptos (en un mes, la justicia ha liberado a los gobernadores regionales Iván Vásquez, de Loreto; a Wilfredo Oscorima, de Ayacucho; y a Félix Moreno, del Callao). La gente está harta de un sistema político clientelista y mercantilista en el que prevalecen los privilegios y prebendas. La gente está harta de que amplios sectores de la población no puedan acceder a los beneficios de una economía de mercado. Y en ese plan. Estamos advertidos, o sea. Pues si alguien pensó que habíamos avanzado en el camino hacia la apertura y la liberalización, estos números reflejan una realidad tenebrosa y lóbrega. Una vez más, muchísimos peruanos quieren volver a la vieja tradición de entronizar a un caudillo o caudilla por encima de la ley, en lugar de aspirar a encontrar el desarrollo en una cultura de libertad. De libertad en lo político y en lo económico, en simultáneo, todo hay que decirlo. De seguir por esta ruta, la del autoritarismo, nos vamos a encontrar a la vuelta de la esquina con nuestro pasado inmediato. Pues como acaba de recordar César Hildebrandt en su semanario, “ya tuvimos un Estado fuerte y autoritario. El fenómeno se llamó fujimorismo y es una de las causas de la indigencia moral en la que nos encontramos. La solución no va por allí. Va, en todo caso, por la creación de una ciudadanía que reemplace a la horda. Y eso pasa por una revolución educativa. Nuestro drama es que nuestras correcciones demandan largos plazos, casi un periodo histórico de transformación de conciencias. Mientras tanto, la gangrena avanza. Y el fujimorismo (…) sigue allí, como la ingle herida por una buba”.