He augurado en el pasado, sin que el hecho de acertar suponga mérito alguno, que la halitosis de Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio, seguirá impregnando todas sus creaciones y obras y frutos. Como ocurre, sin ir muy lejos, en el caso de las Siervas del Plan de Dios. Solo por citar un ejemplo. Las siervas fueron inventadas por Figari en agosto de 1998. Y tienen presencia, además de Perú, en Chile, Ecuador, Colombia, Estados Unidos, Italia, Angola y Filipinas. Pero sobre lo dicho en las primeras líneas, la profecía cumplida la acabo de leer en un impecable informe de la periodista chilena Camila Bustamante, quien escribe para el portal El Mostrador. En su nota dedicada a las hijas espirituales de Figari, Bustamante recoge abrumadores y concluyentes testimonios sobre siervas que han transitado por comunidades que tienen asiento en Lo Barnechea y en Maipú, en Santiago de Chile. Y que, todo hay que decirlo, ‘formalmente’ tienen el control de la Universidad Gabriela Mistral. Pongo las comillas, pues no me extrañaría que el control real lo ejerzan los sodálites Jaime Baertl y Aldo Giachetti. Pero esa es otra historia. Como sea. Uno podría pensar que estas religiosas, que se exhiben como caritativas y humanitarias y adornadas de sonrisas angelicales, no han sido contaminadas por el monstruo del Sodalitium (Figari, o sea). Pero, aparentemente, las cosas son muy distintas a lo que proyectan. “La mano de Luis Fernando Figari está presente en todas sus fundaciones (…) pero donde más se puede percibir la ‘cultura figariana’ es en las Siervas (del Plan de Dios). Han repetido muchos vicios del sistema autoritario y del manejo del discernimiento vocacional (…) Las Siervas no pueden entenderse sin la figura de su fundador”, le dice un ex sodálite a la web chilena. Las ex militantes de esta agrupación ultraconservadora le confiesan a Bustamante maltratos físicos y psicológicos enmarcados en una cultura de abuso sistemático. Las técnicas de captación y de manipulación son muy parecidas –o casi iguales– a las utilizadas por los líderes del Sodalitium y que son narradas en la investigación periodística Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015). A ver si me explico. Estamos hablando de las mismas taras y vejaciones, y abusos encubiertos y deshonestos, que se instalaron en las vidas comunitarias sodálites, y que Luis Fernando Figari habría extrapolado a su rama femenina de monjitas. “Terminé optando por alejarme de todas mis amistades (…) me vendieron una imagen de que el mundo era el peor lugar donde uno podía moverse. Todo era malo. La gente era mala. El tema del pecado era muy fuerte. Y empecé a vivir con mucha culpa y angustia”, atestigua Fernanda. Hasta el culto a la personalidad de Figari se replicaba en este movimiento de la familia sodálite. “(Luis Fernando) era como la voz de Dios y las Siervas nos inculcaban el admirarlo, porque Dios hablaba a través de él”, detalla otra entrevistada. Se le trataba “como si fuera un rey en un trono”, añade. Con una sumisión feudal y absoluta. Casi, casi abyecta. O sin casi, digamos. Pues las descripciones sobre el trato insano e inhumano que se leen en el reportaje periodístico de Camila Bustamante son la marca de fábrica del Sodalicio. Varias de las ex siervas recuerdan también la obsesión de las lideresas con el tópico sexual. Varias coinciden en que una de las que más insistía en el tema era la hermana A. G., quien era vista por las demás como una suerte de modelo o referente, pues encima, como Figari, se le atribuía el don de saber todo de la otra persona con tan solo una mirada. Ergo, muchas veces la hermana A. G. determinaba quién tenía vocación y quién no. “Ellas me hicieron creer que yo había nacido para ser Sierva, porque Dios así lo había querido desde siempre (…) Y eso se perpetuaba en todas mis horas de rezo. Yo misma terminaba perpetuando ese lavado de cerebro”, revela Fernanda. Y agrega: “Finalmente me di cuenta de que, más que con Dios, yo quería estar con la comunidad, porque es tu lugar de seguridad, son las personas que dicen haber nacido para lo mismo que tú, que te entienden más que nadie, que te conocen más que nadie, que te quieren más que nadie, más que tu familia. Para mí ese es el abuso espiritual: hacerme creer que yo no iba a ser feliz en ningún otro lugar que no fuera ahí”.