El columnismo peruano está infestado de cada bicho raro… Al punto que, estoy seguro, en otro lado o circunstancia probablemente esta gente no habría encontrado un espacio para despatarrarse a sus anchas. Y no es que dichos especímenes aburran con el blablablá y el pimpampum y el tracatraca con el que sazonan sus discursos. Porque por ahí no va la cosa. Bueno. Muchas veces sí, la verdad. Pero lo que asombra sobremanera, en algunos casos, es la osadía haciendo migas con la ignorancia y la caverna. Como es el caso del articulista Eugenio D’Medina Lora, quien hace poquito prendió unas velas conmemorando nostálgicamente el zarpazo del 5 de abril. “Más allá de lo que cada quien piense de las decisiones tomadas esa noche, dos hechos irrefutables asoman desde el frío análisis político”, señala con hilarante gravedad en las páginas de Correo. “Un hecho es que el Perú jamás volvió a ser el mismo”, agrega. Y luego trata de darle contenido a su atrabiliario aserto. “El momento en que se recuperó el Perú sí tiene fecha y hora en ese día del autogolpe”, apunta. Como si el cantinflesco sátrapa que nos cupo en suerte en la década de los noventas, hubiese sido el arquitecto que puso las bases para transformarnos casi, casi en un país nórdico. O algo así. “Otro hecho es que cada año que pasa, el 5 de abril se recuerda por más y más peruanos (…) Y esto habla de su legado (el de Alberto Fujimori, se entiende)”, anota D’Medina. Y luego, quizás para relativizar lo que muchos no olvidamos (los crímenes, la corrupción desenfrenada, los ataques a la libertad de prensa y las violaciones a los derechos humanos), dice: “La política no es ni fue jamás terreno para la santidad. No esperemos ángeles en quienes depositamos la confianza de lo público”. No nos escandalicemos, o sea, si Fujimori avaló abominables asesinatos, robó como pocos mandatarios lo han hecho, se hizo del control de todas las instituciones, prostituyó a la mayoría de la prensa, procuró por todos los medios entronizarse en el poder por tiempo indefinido aplastando voluntades y libertades ciudadanas, y en ese plan. Pues según el columnista Eugenio D’Medina todo ello debe perdonársele al autócrata porque implementó algunas reformas económicas, porque llegó a un acuerdo de paz con el Ecuador y porque eliminó el servicio militar obligatorio, entre algunas otras cosas positivas que podríamos reconocer en el régimen fujimorista. Tal cual. En opinión de Eugenio D’Medina, una reforma económica (y en el caso de Fujimori, ojo, hablamos encima de una “reforma económica trucha”) justifica la tiranía, la cleptocracia, la arbitrariedad, el abuso, los atropellos, la injusticia, el yugo, el recorte de derechos fundamentales, y todo lo que de nefasto tuvo la década fujimorista.Es como si D’Medina se hubiese quedado congelado en el tiempo. Viviendo el autoengaño y la ficción e incluso el masoquismo que padecieron tantos compatriotas en los tiempos en que pretendieron aparentar una normalidad bajo un régimen que ocultaba su esencia dictatorial y cleptómana. Hasta que eso dejó de ser posible, obvio. “No hay violación de los derechos humanos si estos se violan para castigar a los enemigos del gobierno o del pueblo”, llegó a proferir uno de los integrantes del Tribunal Constitucional de Fujimori, transparentando la barbarie del gobierno cívico-militar.Aunque me temo que en D’Medina hay poca ingenuidad, sino auténtico amor y atracción por los espadones y por los caudillos absolutistas. Por eso es que hay que recordar cada cierto tiempo lo que pasó. Porque ya conocemos cómo funciona la legendaria memoria de los peruanos: olvidándolo todo, y rápidamente.Porque a ver. Cuando cayó la autocracia, todos los embustes se visibilizaron. La supuesta “economía robusta” no llegó a ser tal debido a la corrupción que hizo metástasis. Los medios fueron envilecidos por la venalidad y el terror. Los jueces fueron digitados por el poder político. Todas las instituciones fueron intervenidas y fueron pulverizadas en su independencia. El fujimorismo avasalló y pervirtió desde un inicio la legalidad. Eso es lo que hizo Alberto Fujimori. Destruyó el Estado de Derecho. Y nos arrastró al desvarío. Y al latrocinio. Y a los saqueos. Y a la miseria moral. Porque durante el fujimorismo, como dijo Mario Vargas Llosa en algún lado, “robar fue la respiración del régimen”. Jamás lo olvidemos.