En relación al escándalo Odebrecht, hasta ahora la ciudadanía viene reaccionando con cierta curiosidad, acompañada por bastante indiferencia. La gente quiere nombres, aunque en realidad los conoce a nivel intuitivo, englobando a todos los políticos, sobre todo a los ex presidentes, de quienes ya se desengañó completamente. Sin embargo, esa curiosidad viene acompañada por pasividad. En otros países, por las mismas causas, la gente está en las calles, se moviliza con frecuencia y hace oír su voz de protesta. Por ejemplo, en la República Dominicana se ha podido apreciar por TV a grandes multitudes reunidas bajo un sol inclemente exigiendo cárcel para los corruptos. Lo mismo ha sucedido en Brasil, que es el epicentro del escándalo. Ahí, con regularidad se suceden manifestaciones contra la corrupción y un gran actor político del proceso es la multitud callejera.Nada de eso ocurre en el Perú. Aquí la ciudadanía está curtida. El mega escándalo de corrupción de Alberto Fujimori fue hace apenas quince años. En vez de aprender un mínimo y restringir sino eliminar los malos manejos, casi inmediatamente a continuación, Toledo habría incurrido en lo mismo que criticaba con ardor. Después de que Toledo reintrodujo los acuerdos bajo la mesa, hasta donde parece, sus dos sucesores incurrieron en lo mismo. Resulta que la gente ya lo sabe y está cansada. En el imaginario de la mayoría nacional, la actividad política en sí misma y todos sus integrantes actúan a través de sobornos. Nada se mueve sin coima, desde la presidencia de la república hasta los municipios distritales. La gente siente que el país siempre ha sido corrupto y que seguirá siéndolo. Por ello, está ampliamente extendida la resignación.Esta indiferencia es reforzada por la famosa moral que acepta el robo siempre que haga obra. Resulta que todos los proyectos complicados eran percibidos como necesarios: la línea 1 del metro, la conexión interoceánica con Brasil, y actualmente el aeropuerto de Chinchero y su famosa adenda. La gente quiere estas obras y no le importa que se construyan a través de sobornos. Total, siempre ha sido así y lo será de cualquier modo.Pero el Perú no es un país echado a la corrupción. Aunque la mayoría se ha resignado, siempre hemos tenido un núcleo sólido de gente sin mancha que en repetidas oportunidades se ha fajado por la promesa de un gobierno honesto.Junto a una multitud de presidentes y políticos tramposos, la historia peruana evidencia cantidad de personalidades probas empeñadas en combatirlos. Pocos países tienen a la vez a Manuel González Prada y Gustavo Gutiérrez. La fuerza del pensamiento peruano desde la ética se debe precisamente a que su ausencia es una de las principales taras de nuestra nación. En el Perú existe una reserva moral significativa. Estas personas actualmente se limitan al interés por saber si uno u otro de los peces gordos caerá en prisión. Al respecto, una última encuesta en redes tuvo un éxito tremendo y se volvió viral con furia. Pero no ha pasado de elevadas expectativas alimentadas en corrillos.En realidad, está ausente el debate de ideas de fondo sobre el tema. No es parte de la agenda política, a pesar de las interesantes recomendaciones de la comisión liderada por el ex defensor Eduardo Vega. Pero no hay proyectos de ley que vayan al corazón del asunto y la ciudadanía observa esta pereza como evidencia de la complicidad de la clase política con la corrupción.La fiscalía y las leyes son tan flojas que están presos algunos peces chicos que fueron corrompidos, mientras que su corruptor se pasea orondo, tratando de vender sus activos para irse tranquilamente, luego de haber entregado a quienes ha querido. Es hora de la indignación ciudadana. Sin ella, este escándalo Odebrecht será una raya más al tigre y no habremos aprendido nada.