En marzo de este año (según el actual calendario), se conmemoran los cien años de la revolución de febrero de 1917, que acabó con la Rusia Zarista, y por supuesto, más adelante, en noviembre, la revolución bolchevique de octubre, que luego dio lugar a la creación de la Unión Soviética. Esta conmemoración nos lleva a revisar gran parte de lo que fue el siglo XX. Muchas preguntas surgen al pensar en este aniversario: ¿pudo haberse evitado la llegada de los bolcheviques al poder? La revolución de octubre, ¿es consecuencia de la acumulación de situaciones “histórico-estructurales” o un ejemplo del poder del voluntarismo político? ¿Qué quedó del sueño de la construcción de una sociedad socialista y comunista como superación de los males del capitalismo? ¿Cabe preguntarse en qué momento “se jodió” la revolución rusa? ¿Qué papel cumplieron Lenin, Trostky, Stalin? La historia de la revolución rusa, ¿pudo haber sido diferente? ¿Hasta qué punto “los males” de la década de los años treinta se justifican en nombre de la derrota del nazismo? La caída de la URSS, ¿era inevitable? ¿Cómo los comunistas chinos se mantienen aún en el poder? ¿Cómo juzgar el papel de Gorbachov? Como puede verse, son muchas preguntas, muy grandes, y estas son solo algunas de las muchas que podrían plantearse. En general, a la distancia podría decirse que desde muy temprano la idea de la construcción del socialismo se subordinó a las necesidades de la pura sobrevivencia. La propia llegada de los bolcheviques al poder se dio en condiciones muy azarosas y precarias: su consolidación en el poder ocurre en medio de una guerra internacional, que después da lugar a una cruenta guerra civil. La década de los años treinta está marcada por una grave crisis económica mundial, por la irrupción del fascismo y la antesala de la segunda gran guerra, que termina con un saldo de millones de muertos. Vistas las cosas así, uno parece entender mejor lo ocurrido desde el punto de vista de la vieja necesidad de mantener el orden y la seguridad de la gran Rusia antes que desde la voluntad de la construcción del socialismo. Un capítulo especial en esta conmemoración sería explorar las relaciones entre la Unión Soviética y los países latinoamericanos, en particular a través de la actuación de los partidos comunistas marcados por su influencia. En el Perú en particular, creo que más allá de algunos esfuerzos valiosos, la historia del Partido Comunista Peruano, desde José Carlos Mariátegui hasta Jorge del Prado, por así decirlo, está todavía por escribirse. El vínculo del comunismo peruano con el comunismo internacional, que se manifestó elocuentemente en el apoyo al gobierno oligárquico de Manuel Prado, la relación con los nuevos grupos de izquierda más cercanos a Cuba o a China, la relación con el gobierno militar de Velasco, el papel jugado dentro de la Izquierda Unida, en fin, serían algunos temas muy relevantes. Hacer un balance y una evaluación de lo que significa este centenario resulta muy complicado en la propia Rusia actual. El actual presidente, Vladimir Putin, ha desarrollado una fuerte retórica nacionalista que reivindica grandes figuras que se remontan muy atrás en el tiempo y en donde la retórica bolchevique no tiene mayor lugar; aunque sí la reivindicación de la derrota del nazismo en la segunda guerra mundial. Es interesante leer en este contexto que, según algunas encuestas recientes, la figura del zar Nicolás II gana crecientes simpatías, pero también se mantiene la de Lenin. Lo que tienen en común es reivindicar la grandeza Rusa, más allá de las diferencias ideológicas.