La presentación del gabinete Zavala en el Congreso me pilló leyendo la República Autocrática, que Pedro Planas –brillante intelectual que partió temprano– publicó en 1994. La implacable crítica al Oncenio de Leguía (1919-1930), en tanto que desestabilizador de la institucionalidad democrática establecida por la República Aristocrática; y las sugerentes analogías que establece entre aquel y el entonces recién instaurado autoritarismo fujimorista, me llamaron a pensar en cómo podríamos periodificar nuestro maniatado orden constitucional. Dejémonos llevar por Planas, cuyo texto analiza el discurso de José Santos Chocano que dotó al leguiísmo de una doctrina legitimadora, la que instaló en nuestro imaginario político la perniciosa idea de que a veces son necesarias “dictaduras organizadoras” para “poner orden” en la sociedad. Planas refuta a Chocano con sugerentes preguntas. Cuando este sostiene que las libertades públicas solo pueden regir si existe “una perfecta organización democrática”; aquel se interroga si no sería mejor “perfeccionar esa organización democrática para canalizar el efectivo ejercicio de las libertades públicas y no cancelarlas, con lo cual volveríamos a fojas cero” Seguidamente, Planas replica la supuesta inmadurez institucional de América Latina frente a Europa. Para ello, recurre a pensadores como Víctor Andrés Belaúnde, quien en 1912 sostuvo que “la anarquía no era privilegio del Nuevo Mundo” o Haya de la Torre quien en 1943 señaló que “nosotros odiamos el despotismo, aunque a veces seamos impotentes para luchar contra él”. En suma, Planas nos dice que las dictaduras no son responsabilidad ni de los pueblos, ni de ninguna urgencia por suprimir las libertades civiles con la paradójica finalidad de defenderlas, sino de los mismos dictadores y sus regímenes. El texto nos deja una idea fuerza: la república aristocrática, con sus limitaciones al sufragio, constituyó un primer periodo fecundo de vigencia del orden constitucional, malogrado por la irrupción dictatorial de Augusto B. Leguía en 1919. El segundo es aquel en el que rigió la Constitución de 1979, abruptamente interrumpido por el autogolpe del 5 de abril de 1992. El pasado viernes 19, el Congreso Nacional, con mayoría absoluta fujimorista, le dio un voto de investidura casi unánime al nuevo gabinete. Pensaba que no es poco considerado que apenas en setiembre de 2000 recuperamos el orden constitucional. Pensaba que han pasado 16 años desde entonces y que la historia registrará los actuales tiempos como el tercer constitucionalismo (o tercera república) de la historia del Perú Independiente. Esperemos que no haya ya cuarto militarismo y que esta democracia haya venido a quedarse.