Por fin terminó este largo y mal organizado proceso electoral. Hoy, quienes somos de izquierda democrática y orgánica sabemos a qué debemos enfrentarnos durante los próximos cinco años. El modelo ha ganado: los peruanos han votado por dos contrincantes que económicamente nos dan más de lo mismo. Dos personas que defienden el extractivismo compulsivo con sus leyes autoritarias y su despojo de territorios. Cualquiera de los dos candidatos podría dar órdenes de fuego a discreción para aquella gente que se resista al extractivismo bloqueando carreteras. Además, el actual presidente Humala deja listo todo un andamiaje de normativas que permiten, por un lado, la flexibilidad en el uso de la fuerza y el gatillo fácil con impunidad y la criminalización de la protesta, con esas normas de flagrancia y sentencias en dos días a ocho años, así como persecución a los líderes medioambientales a través de fiscales que convierten a los Frentes de Defensa locales en asociaciones ilícitas para delinquir. Tendremos muertos durante los próximos cinco años de protestas sociales, tendremos huérfanos y viudas. Probablemente no tendremos a los militares en las calles, pero sí controlando la disidencia política como “apoyo” a la policía, durante los innumerables conflictos que se advierten (Cotabambas, Espinar, Tía María). Ojalá que el próximo gobierno priorice el diálogo a la represión, pero la verdad… lo dudo. No me alegra el resultado de este lunes. Pero la izquierda decidió votar contra el peligro mayor de la democracia: la posibilidad de un gobierno autoritario y con esquirlas del narcotráfico entre sus miembros. Verónika Mendoza ha demostrado que su liderazgo es coherente y a la altura de las necesidades del país. Por supuesto que representa un costo social, pero se asume ese costo frente a la amenaza mayor: Mendoza ha hecho bien en priorizar los sentimientos y necesidades de Carmen Amaro, Gisela Ortiz, Raida Condor, Adelina García y todas las viudas, huérfanos, hermanas, madres que buscan a sus hijos asesinados por el Grupo Colina y, por supuesto, la conciencia de repulsión hacia ese “sentimiento autoritario” denominado fujimorismo que gobernó corrompiendo a diestra y siniestra. Nada hubiera sido igual si los jóvenes del amplio y heterogéneo movimiento KeikoNoVa (Gabo, Jorge, Sasa, Jareth y un larguísimo etcétera) no hubieran seguido contra precariedades y dificultades para organizar la marcha más contundente que ha tenido nuestro país desde la de Los Cuatro Suyos, y sin dinero de Soros. Y si la CNDDHH, CGTP, CUT y tantas otras organizaciones no la hubieran respaldado. La izquierda hoy se instituye como oposición democrática. Eso, no significaría nunca, que algunos dejemos de resistir al modelo de desarrollo que creemos elitista y beneficioso solo para algunos. El chorreo es una metáfora indigna. Personalmente quiero un país con equidad, con ciudadanos dignos, con salud y educación para todos por igual, gratuita. Quiero un país que no importe modelos de desarrollo foráneos sino que encuentre el suyo de acuerdo a nuestra biodiversidad. Pero lo que más quiero es un país digno.