Una importante consideración a la hora de votar en la próxima elección presidencial será qué porvenir se augura al país, de ganar Pedro Pablo Kuczynski o Keiko Fujimori. Desde visiones muy contrastadas, Martín Tanaka y Claudia Cisneros ilustran bien las preocupaciones de buena parte de los electores acerca de lo que está en juego. Martín Tanaka avizora un porvenir donde la continuidad será la nota dominante. Con Kuczynski, cree, habrá estabilidad, a pesar de que su grupo parlamentario sea una “coalición de independientes”. PPK necesitará un entendimiento con el fujimorismo para gobernar; algo sencillo de conseguir, porque están de acuerdo en mantener el modelo económico. Sobre Keiko Fujimori, Tanaka discrepa de quienes consideran que el fujimorismo tiene un “ADN autoritario”. Considera improbable la amenaza autoritaria, por el diferente contexto presente con relación al del gobierno de Alberto Fujimori. Tanaka cree en un cambio generacional –“la influencia de Alberto Fujimori en la dirección del fujimorismo hoy parece marginal”– citando como prueba la “patética carta” que el reo envió, pidiendo que dejaran postular al Congreso a Martha Chávez, M.L. Cuculiza y A. Aguinaga. En resumen, no ve mucho de qué preocuparse: “K. Fujimori en el poder nos recordará bastante al segundo gobierno de Alan García, mutatis mutandis. García quiso reivindicarse por el desastre económico de su primer gobierno, por lo que fue muy escrupuloso en el mantenimiento de la ortodoxia neoliberal: sin embargo, su gobierno quedó manchado por escándalos”. Habrá disidencias, desafíos e incoherencias, pero Keiko seguramente “querrá hacer una buena letra democrática para marcar distancias con el ‘albertismo’”. Más que el autoritarismo, concluye, acaso “el riesgo esté en un eventual populismo de derecha”, como por ejemplo los arreglos con los mineros informales o que Petroperú administre el Lote 192 (Martín Tanaka: “El próximo gobierno”. La República, 1º de mayo de 2016). Claudia Cisneros, por su parte, considera que el fujimorismo representa un peligro grave, “por el probado ADN autoritario de esta agrupación”, y se remite a las intolerantes declaraciones de los congresistas fujimoristas recién elegidos (o reelegidos). Critica la opción del Frente Amplio de negar su respaldo a los dos candidatos y considera que la izquierda subestima “el modus operandi de los fujimoristas (que) es legalizar la trampa, destruir las instituciones y criminalizar la protesta (...), siempre en complicidad con el Apra, y bajo el secuestro de los tres poderes fundamentales del país (Ejecutivo, Legislativo y Judicial)” (Claudia Cisneros, “Fujimorismo, PPK... ¿voto en blanco?”. La República, 1º de mayo de 2016). Comparto las preocupaciones de Claudia Cisneros y discrepo del supuesto que Martín Tanaka parece dar por evidente, de que Keiko represente una ruptura con relación a su progenitor. El objetivo final del fujimorismo sigue siendo la liberación de Alberto F. y eso es lo que mantiene la unidad del movimiento, a menos que se crea que la vieja guardia fujimorista ha optado por rendirse sin luchar, ante el ascenso de una Keiko con veleidades democráticas. Alberto F. puede presionar, ya sea juntando firmas para inscribir una nueva organización –como lo hizo hace unos meses–, defendiendo a sus operadores o enviando a Kenji a anunciar su candidatura para el 2021. El objetivo es uno: su liberación, que es la condición para que reasuma la conducción del movimiento que lleva su apellido. Como explicó Martha Chávez cuando la desembarcaron de la lista parlamentaria, ella conversó con Fujimori y este le recordó que “el objetivo estratégico y fundamental del fujimorismo es que Keiko sea presidenta” (http://bit.ly/1rr1g1l). Al anunciar que se propone liberar a Fujimori y enviarlo a casa con arresto domiciliario, Kuczynski ha terminado siendo más fujimorista que Keiko, que promete dejar que el Poder Judicial maneje el asunto y hasta ha firmado el compromiso de no usar el poder presidencial para favorecer a los miembros de su familia, papá incluido. ¿Sigue pensando PPK lo mismo?