Mientras el fujimorismo bruto y achorado contraataca., Algunas crisis llegan en buen momento porque ayudan a convertir el problema en oportunidad, pero otras se meten sin tocar la puerta, en el peor instante, y son llover sobre mojado, que es lo que acaba de ocurrirle a Keiko Fujimori con el desafío lanzado por su hermano Kenji, algo que parece más que una pataleta del benjamín de la familia. Keiko Fujimori debe creer, con razón, que duerme con el enemigo, pues los torpedos con mejor puntería y potencia suelen llegarle desde el frente interno de su propia familia. Hace un tiempo, cuando se empezaban a discutir las listas parlamentarias, Alberto Fujimori le lanzó a su hija una carta pública que precisaba los congresistas naranjas que debían ser reelectos, pero, más que eso, que desafiaba su liderazgo en el partido. La reacción de Keiko fue anunciar, inmediatamente, la lista de candidatos sin incluir a los recomendados del padre, lo cual se percibió, desde fuera del partido, como expresión de que ella corta el jamón en el fujimorismo. Pero la jubilación anticipada de varias viejas glorias fujimoristas, y el viaje a Harvard para tomar distancia con algunas ideas fundamentales del fujimorismo ‘bruto y achorado’, fueron interpretados en el partido como un bocado difícil de tragar, como una cuenta por cobrar que la impaciencia de algunos está llevando a reclamar. Eso se desató el domingo en que Keiko Fujimori declaró que “en el 2021, no habrá ningún candidato que se apellide Fujimori”, lo cual fue respondido por Twitter por Kenji señalando que “la decisión es mía: sólo en el supuesto negado que Keiko no gane la presidencia yo postularé el 2021”. Agregó que “Keiko y yo creemos en la alternancia democrática que tendrá que darse también por casa. Sin dirigencias enquistadas”. Eso agotó la paciencia de su hermana. Pareciera que la chochera de Alberto –que parece hablar por él– deseara el fracaso electoral de su hermana para que en el 2021 triunfe una candidatura del fujimorismo ‘bruto y achorado’. Como la de su padre. Keiko Fujimori respondió que “aquí no hay espacio para posiciones personalistas y así lo deberán entender los que pretendan permanecer en el partido”, zanjando con su hermano –y su padre–, pero el daño está hecho porque este incidente refuerza la sensación de que un fujimorismo con 73 curules –¿cuántos albertistas y cuántos keikistas que ella controla?– implicaría un abuso del poder, lo cual, en un contexto como este, significa llover sobre mojado, aunque siempre quedan abiertos los caminos para convertir esta crisis en oportunidad, lo cual requeriría de no poca audacia.