La segunda vuelta no será un conflicto polarizado entre izquierda y derecha como muchos esperaban (o temían) en los últimos días de la primera vuelta. Hay dos candidatos de derecha. Pero eso no significa que no existan diferencias importantes entre ellos. Izquierda versus derecha es una dimensión importante, pero no es la única. Y en el Perú Pos Fujimori, no es la más prominente. Existen otras dos dimensiones claves en las cuales Keiko y PPK difieren: (1) la dimensión fujimorista/antifujimorista y (2) la dimensión elite limeña versus antielite limeña. Cada candidato tiene un flanco débil en uno de estos ejes. Keiko es vulnerable en la dimensión fujimorista/antifujimorista. La principal debilidad del fujimorismo sigue siendo su pasado autoritario y corrupto. Keiko se esforzó mucho en moderar su imagen en 2016. Pero lo hizo a medias. Poner a Cecilia Chacón primera en la lista parlamentaria y no descartar la participación de la vieja guardia en un futuro gobierno minó la imagen de un fujimorismo renovado. Y la intolerancia mostrada por varios líderes fujimoristas (Pier Figari y sus gritos de “¡Terrorismo nunca más!” ante una manifestación en Arequipa, Héctor Becerril llamando “primos hermanos de terroristas” a los chicos de No a Keiko) demuestra que, más allá de los gestos renovadores de Keiko, el partido mantiene una cultura autoritaria. Keiko no cayó en un discurso autoritario pero toleró la intolerancia de sus partidarios. Su antivoto, que había bajado a 34% en enero, subió a 50% en abril. PPK es vulnerable en la dimensión elite limeña/antielite limeña. No ha podido revertir la imagen de un técnico gringo ligado a la elite limeña. Gran parte del electorado lo ve como el representante de los grandes empresarios, sin mucha empatía por la gente más pobre o provinciana. Como consecuencia, su base electoral no se extiende mucho más allá de la clase media urbana. En la primera vuelta, PPK consiguió su mejor resultado en San Isidro (65%). De hecho, PPK no merece estar en la segunda vuelta. Hizo una mala campaña y fue desplazado por Julio Guzmán (que caía mejor entre los sectores populares). Sin la exclusión de Guzmán, PPK no hubiera llegado a la segunda vuelta. El JNE lo salvó. El candidato que mejor explote la vulnerabilidad de su rival, convirtiéndola en el eje principal de la campaña, ganará la segunda vuelta. Si el eje principal es elite limeña/anti-elite limeña, ganará Keiko. A Keiko le conviene una dinámica electoral parecida a la de 1990, cuando su padre derrotó a Vargas Llosa con un discurso populista. Bajo esa estrategia, Keiko definiría a PPK como el candidato pituco, que representa a la elite económica, social, y cultural limeña. El objetivo sería atraer gran parte del voto de Mendoza, sobre todo en el sur andino. El electorado del sur suele ser anti-Lima y anti-establishment. Y el principal candidato del establishment limeño es PPK. Keiko no tiene los reflejos populistas de su padre; su orientación es más bien tecnocrática. Pero su triunfo en 2016 depende de su capacidad de construir una coalición populista en oposición al establishment limeño. Ya empezó: declaró que Conga no va; abrazó la propuesta de Barnechea de renegociar los contratos de gas; y describió a PPK como un “banquero internacional” que “gobernará para los grandes empresarios”, mientras que ella haría “un gobierno para los pequeños empresarios, los pobres, para el pueblo”. Si Keiko sigue la receta original de su padre, podría ganar. En cambio, si el eje principal de la campaña es fujimorismo/antifujimorismo, PPK tendrá la ventaja. Existe todavía una mayoría antifujimorista. Pero no es una mayoría automática. Hay dos tipos de antifujimorismo: duro y blando. Los duros (alrededor del 35% del electorado) se oponen a Keiko bajo cualquier circunstancia. Votarían por el diablo si estuviera en la segunda vuelta con Keiko. Ellos están con PPK. El antifujimorista blando (o “light”, según Sinesio López) es diferente. Se opone a Keiko, pero no bajo cualquier circunstancia. Tiene otras prioridades que pesan más que su antifujimorismo. Por ejemplo, mucha gente de derecha “liberal” que no simpatiza con el fujimorismo votó por Keiko en 2011 porque su compromiso con el liberalismo económico pesaba más que su preocupación por la instituciones democráticas. El propio PPK fue uno de ellos. También existen antifujimoristas blandos en los sectores populares. Por ejemplo, el electorado sureño que votó por Mendoza es antifujimorista, pero también es anti-elite limeña. Entre Keiko y el candidato favorito de San Isidro, cuyos mejores amigos tienen apellidos como De la Puente o Wiese, muchos optarían por Keiko. La mayoría antifujimorista no se va a movilizar sola. PPK tiene que movilizarla y motivarla. Tiene que construir un frente democrático, con figuras de derecha, centro, e izquierda que nos recuerden diariamente el pasado corrupto y autoritario del fujimorismo. PPK también necesita que grupos como No a Keiko manifiesten su repudio al fujimorismo en la calle y en las redes sociales. Solo un coro amplio y diverso de voces –en columnas, programas de radio y televisión, redes sociales, y la calle– mantendría la prominencia del eje antifujimorista. Eso es clave. Si PPK no convence al electorado –sobre todo a los que quedaron huérfanos en la segunda vuelta– de que existen diferencias importantes entre él y Keiko, muchos se quedarán en casa, votarán en blanco o viciado, o hasta votarán por Keiko. Y ganará Keiko. Para evitar eso, PPK tiene que tirar por la ventana los consejos de Enrique Pasquel y El Comercio: tendrá que lanzar una lucha frontal contra el fujimorismo (según Pasquel, no debe pelearse con los fujimoristas porque son futuros aliados) y extender una mano a la izquierda (Pasquel prefiere que se quede entre los amigos sanisidrinos). Si quiere ganar, PPK tiene que convertir la segunda vuelta en un referendo sobre el fujimorismo. Y tiene que forjar una amplia coalición antifujimorista que abarque desde la derecha liberal hasta la izquierda, algo parecido a la coalición que construyó Humala (con la ayuda de Vargas Llosa) en 2011. No tiene muchas alternativas. Keiko tiene más carisma y mejor organización. Y una campaña basada en la “experiencia” no funciona porque la mayoría detesta a su elite política (pregunten a Alan García). Construir una coalición antifujimorista no será fácil para PPK. Ha hecho poco para ganar la confianza de los sectores populares y progresistas. Apoyar a Keiko en 2011 fue fatal. Y los insultos a Mendoza y a la gente andina (falta de oxígeno, periodistas puneños ignorantes) no ayudan. Además, entre los PPKausas hay muchos antifujimoristas blandos, que, ahora que el modelo económico está asegurado, no quieren hacerle la guerra a Keiko. PPK todavía no moviliza a la tropa antifujimorista. Su rival sigue trabajando sin recreo.