Analizar y hacer previsiones respecto a las elecciones en el Perú es tremendamente difícil porque, del lado de los votantes, prácticamente no existen lealtades, por el escaso nivel de información e interés en la política, y porque “sociológicamente” somos un país atravesado por múltiples clivajes (económicos, regionales, culturales, políticos), y procesos de cambio que no se llegan a consolidar, por lo que coexisten elementos viejos y nuevos en un escenario de transición permanente. Esto hace que los temas de interés o preocupación puedan también ser muy cambiantes. Del lado de los candidatos, no existen partidos, la oferta cambia de elección en elección, e incluso al interior de la misma. Y finalmente, siendo las cosas así, las campañas importan mucho. La base sociológica puede asumir diferentes formas según la naturaleza de la ofertas y voluntades políticas. Las elecciones de 2000 y 2001 tuvieron como tema central a la institucionalidad democrática. El autoritarismo, la corrupción y el desmontaje de su herencia, consecuencia de la crisis y caída del fujimorismo. Y apareció un Alejandro Toledo capaz de encauzar buena parte del magma de esos años. 2006 y 2011 fueron elecciones “socio-económicas” (la primera más, la segunda menos, pero también); el país creció, pero había insatisfacción porque sus beneficios no eran evidentes para todos; además, en toda la región se vivía el “giro a la izquierda”. Así, de un lado apareció un candidato que representaba la continuidad, y al frente Ollanta Humala encauzó las aspiraciones de cambio. No hace mucho se pensaba que la elección de 2016 sería similar a las dos anteriores. K. Fujimori, Kuczynski, García, Toledo, aspiraban a encauzar el voto conservador de los entusiastas del crecimiento, y la pregunta era quién encarnaría el voto del descontento, cuyo tamaño se estimaba menor que en la elección anterior, pero importante, y en capacidad de enfrentar competitivamente a un voto de derecha disgregado. Una corrección de este argumento señalaba que un producto inesperado del crecimiento, la inseguridad, definiría esta elección. Sin embargo, inesperadamente, nos vamos dando cuenta de que es algo así como una demanda por renovación política la que resulta siendo central (hasta ahora) en esta elección. Como que estamos pagando la factura de los enfrentamientos, acusaciones, denuncias y escándalos en los que nos enfrascamos en los últimos años. Resulta que buena parte de los ciudadanos están hartos de eso, e instintivamente buscan candidatos alejados de todo ello; por ello Kuczynski, García y Toledo estarían a la baja. No Keiko, en tanto ella se presenta como la versión renovada del fujimorismo. Acuña, de una “raza distinta” encarnó por un momento esa aspiración, pero al revelarse que compartía con los “otros” las mismas mañas, se desinfló. Ahora es Guzmán quien encarna el ansia de novedad. Y un poco Mendoza y Barnechea, no por ser de izquierda o de Acción Popular, sino por aparecer como nuevos, aunque no lo sean.