El Perú es un país de desencuentros y de confusiones difíciles de descifrar. Las derechas hacen gestos para abrirse al centro-izquierda, las izquierdas se encapsulan en su propia capilla, se fragmentan, se abstienen y algunos de sus dirigentes huyen hacia la derecha. Hay 20 planchas presidenciales para todos los gustos y disgustos. Mientras tanto la mayoría de los que no han optado por ningún candidato siguen a la cabeza de las encuestas electorales. Los poderes fácticos, especialmente los medios concentrados, rebosan de felicidad. Los analistas y comentaristas se sorprenden de las alianzas electorales y de los cambios inesperados de bando de los políticos y los acusan de traición. La traición existe en la política y se confunde a menudo con el veletismo de los políticos, pero son fenómenos diferentes aunque se alimentan de la misma materia: los cambios de tienda, de posición o de conducta política. La traición es un acto individual de los políticos que tiene connotaciones éticas, mientras el veletismo es un fenómeno político que se explica principalmente, no por la ética, sino por factores políticos: la volatilidad (aparición y desaparición) de las organizaciones políticas en los procesos electorales, su fraccionamiento (excesivo número de partidos), el personalismo de la política y la volatilidad (frecuentes cambios de apuesta) de los electores. Estos factores tienen, a su vez, una explicación de fondo: el colapso de los partidos y la crisis de las instituciones políticas que se han hecho más visibles con la desaceleración económica. Es necesario hacer un examen fenomenológico del veletismo para ver cómo se anuda y se diferencia de la traición. El veletismo se produce tanto en los fines como en los medios de la acción política. En el campo de los fines el veletismo puede pasar, por ejemplo, de la búsqueda de la justicia a la mantención del orden, o de la apuesta por el cambio a la continuidad del establisment, o de la defensa del medio ambiente a la inversión minera o petrolera o gasífera a como dé lugar. Este cambio de fines dibuja el tránsito de la izquierda a la derecha, propia de estos tiempos neoliberales, a contrapelo de los sesenta y setenta del siglo pasado en los que el tránsito era más bien de la derecha hacia la izquierda. En el campo de los medios el veletismo puede transitar de la regulación ética de los medios no buenos para conseguir los fines buenos en la política a la no regulación de esos medios. Si todos los fines buenos de la política se consiguieran necesariamente por medios buenos, la ética estaría demás. Eso sería posible solo en una sociedad de ángeles y no de seres humanos que son frecuentemente unos malandrines, especialmente en las sociedades en desarrollo. En todas las sociedades es necesario apelar a la garantía del monopolio de la violencia (medio no bueno) para mantener el orden. Eso exige regular el medio no bueno a través de los valores éticos. Weber llamó a esta regulación del medio no bueno ética de la responsabilidad que tiene en cuenta, no las convicciones de los políticos, sino los resultados de su acción política. Maquiavelo la llamó economía de la violencia. Los cambios en los fines o en los medios de la política por abandono de los valores éticos se llaman traición, pero esta es más posible cuando imperan los factores políticos que explican el veletismo de los políticos.