Escritora y maestra. Licenciada en Letras. También ha realizado estudios en ciencias políticas y filosofía. Entre sus libros destacan "Vergüenza" (2014), "Eva no tiene paraíso" (2011) y "El último cuerpo de Úrsula" (2000), “¿No es una locura un lenguaje que se ignora dentro de un cuerpo, de una vida, una existencia, un lenguaje sin rostro?”, escribe Patricia de Souza en su libro Descolonizar el lenguaje, (Los libros de la mujer rota), edición chilena de este conjunto de ensayos que la escritora y estudiosa peruana dedica al legado espiritual de un puñado de míticas desobedientes y a la reflexión crítica y liberadora de la experiencia intelectual y la identidad femeninas. “Lo que quise decir es que hay que ocupar la vida, encarnarla, salir de esa ausencia en la que se puede vivir siendo mujer–explica la autora de novelas como "El último cuerpo de Úrsula" y "Verguenza", desde su actual residencia en Francia, donde vive hace años–. Hay una ausencia de sujeto, de subjetividad en la lengua al hablar con instrumentos que no nos pertenecen. Lo que ha habido es una imagen de consenso sobre una manera de entender y leer el mundo. Lo que hubo (y hay) es dominación”. ¿Cuáles son los pasos para descolonizar el lenguaje? Es tiempo propicio para que se diversifique el lenguaje, sobre todo para las mujeres que somos capital simbólico en esa "forma" de interpretar el mundo, que es ahora mismo un credo neoliberal y un dictamen mundial que es siempre maniqueo, estereotipado y lejos de la vida concreta. El "vicariato", es decir el poder laico del dinero y la religión, nos sigue viendo como objetos intercambiables, mujeres para armar, tipo Ikea. Hay que cambiar de chip. Descolonizarse. Como decía Simone Weil, arrancar el árbol para plantarlo de nuevo. ¿Qué tienen en común Flora Tristán, Blanca Varela, Marguerite Duras, Simone Weil, Teresa de Ávila, Joyce Mansour, Catherine Pozzi, Elena Garro...? Son mujeres que pueden ayudar a construir nuevos arquetipos menos esmaltados. Creo que las mujeres sufrimos de imágenes que no sean binarias, madre-prostituta, por ejemplo, y es en el terreno del lenguaje en donde se puede cambiar el esquema para replantear lo que se acepta como "verdad natural". Son mujeres que salieron a la plaza pública, no a gritar (que encaja muy bien en el papel de histérica), sino a hablar, a crear sentido. Aunque las instituciones evolucionen, lo que más lento evoluciona es la mentalidad, por eso hay esa separación entre lo que se dice y se hace. ¿Cuáles son los mejores ejemplos de desobediencia femenina que encontraremos en este libro? Una forma de desobediencia clara es no aceptar que te colonicen. Escribir es una manera de desmontar esa dominación masculina globalizada, sea cual sea la elección sexual, gay o trans... Hay una frase que me gusta mucho de Flora Tristán: “Lo importante es nombrar”. Levantar la voz es un acto de desobediencia civil. Escribir novelas es también una forma de desobedecer el mandato de la tribu, es entrar en el mundo "masculino del discurso". Las mujeres debemos descolonizarnos, desaculturarnos, para poder emprender nuestro propio camino, soltar las ataduras... O cortarlas. Dices: “una mujer sin relato es una mujer inexistente", ¿Cómo podemos hacer una revolución no elitista, que incluya y libere, también desde el discurso? Se hacen muchas leyes, pero la sociedad no las sigue. La palabra testimonial de las mujeres está neutralizada, estigmatizada como falsa, incluida en el decorado. Una legislación que no se reproduce en la vida común, infantiliza, salva conciencias, pero no cambia nada. Lo de relato siempre lo digo, se trata de decirse con sus propios instrumentos, es una "narratología" aplicada a la vida que tiene que ver con crear trama, poder escribirnos con nuestros códigos. No todas serán escritoras, porque eso exige una pasión (y cierto entorno), pero podrán salir del sujeto-objeto. Una revolución copernicana de pensamiento es necesaria, pero no desde una manera elitista de ver las cosas, es decir, superior, inferior, sino más como un tejido que se ensanche abarcando otros horizontes. Como es ahora la comunidad hablante mundial de las redes sociales. Así, es tu propio lenguaje también importante en este libro. ¿Por qué eliges la primera persona y el tono confesional en un libro de ensayos como este? La primera persona es subversiva cuando viene de una mujer. Se hace política porque nos sacude los esquemas de la organización social naturalizada, es decir, que el lugar que ocupamos en la sociedad nos corresponde por ser mujeres (sic). El tono confesional es porque no se trata de "producir" un discurso midiendo el alcance mediático, sino construir, traducir, ocupar el lenguaje para justamente, hacer ver una subjetividad. La espontaneidad es mal tolerada en la época de la contabilidad, el cálculo moral y el maquillaje, vivimos con muchas máscaras. Y algunas asfixian. ¿Por qué los temas de género importan tan poco en el Perú y sus diversos espacios de debate, sin que la literatura sea una excepción? En el Perú estamos bajo dominio de la doxa neoliberal, es decir, lo social y lo individual prima sobre lo colectivo, el "bien común". No se piensa en el aborto porque no es un tema que cotice en la bolsa de valores (sic), sino aquellos que den más visibilidad y rindan más votos, es totalmente clientelista. Nuestra lentitud en materia de derechos de la mujer también tiene que ver con los distintos feminismos, no hay uno solo, y entiendo que se quiera salir del dominio europeo o norteamericano, aunque eso no debería impedir un debate. Francia, Europa y sus (refugiados) expulsados. ¿Cómo es dormir con el enemigo? ¿Se duerme, se sueña, se tienen pesadillas? El primer enemigo lo llevamos dentro. Es una intuición fuerte: luchar contra nuestras propias limitaciones, nuestras fobias y miedos. De ahí a que una geografía nos defina, no estoy segura, es más el mapa del modelo de civilización indolente y egoísta el que está llevando a una crisis horrenda y a la impasibilidad. Hay gente que se implica, pero otros solo quieren echarlos ignorando que mueren en condiciones infames. No creo en la maldad como ontología, sino como experiencia, es decir, que una situación puede sacar lo peor o lo mejor de cada persona. Hay que ver que la cultura no detiene esto, pero si hay poesía, tal vez no haya ganas de hacer daño.