Jovi Herrera Alania y Jorge Luis Huamán Villalobos. Estos nombres no deberían olvidarse nunca. No deberíamos olvidar nunca a los dos chicos que respondieron a esos nombres durante un tiempo demasiado breve. No deberíamos olvidar sus caras, la amistad que los unió, ni la sencilla grandeza del último mensaje de Jovi — "cuiden a mi hija, que mi mamá no llore"—, que pensó en la mujer que le trajo y en la que le ha de perpetuar. Pero sobre todo no deberíamos olvidar nunca las cadenas. Porque resulta tan atroz, tan desesperanzador comprobar que la cadena con candado que los encerró en esa tumba de metal y explotación es el exacto reflejo de otra cadena más ruin y más terrible: la de las personas que decidieron, una detrás de otra, someterse a la deshumanización de un sistema podrido de la raíz a la copa, que se vale de la necesidad del más pobre para satisfacer al que tiene un poco más, y este al que tiene un poco más y este al que tiene más o mucho. Eslabón tras eslabón. Hay símbolos cuya oprobiosa exactitud debería ser un revulsivo, un punto de inflexión. De lo contrario seguiremos siendo cómplices, todos, del encierro. ¿Qué nos queda en estos días oscuros como el humo de la vergüenza que se expande sobre nosotros? Tal vez intentar pensar que Jovi y Jorge Luis tuvieron en su corta vida momentos que los llenaron de amor y de sentido. Una vida que seguramente ha tenido más valor que la de los miserables, del primero al último en esta sucesión de atrocidades, el “presidente”, el “alcalde”, el “ministro”, el “empresario”, el “dueño”. Ellos y todos sus sirvientes. ❧¿Qué nos queda en estos días oscuros como el humo de la vergüenza que se expande sobre nosotros?