El otro día en el parque infantil un par de niños tomaron por la fuerza el tobogán con sus pistolas de plástico. Cada vez que otro pequeño quería tirarse lo cacheaban y obligaban a identificarse al más puro estilo policial. A mi hijo Amaru, que se había quedado mirando la escena, le dispararon en la cara para que no se acerque. Cuando los padres protestamos, la madre del niño-policía le gritó que se bajara de ahí, pero solo consiguió que vaciara en ella su pistola de balas invisibles. En el parque ya se ve todo, es nuestro mundo en miniatura. Los bebés energúmenos les quitan las palas y los baldes a los más dulces. Amaru es de estos últimos. Prefiere ir a mirar cómo bailan los chorros en la fuente que pelear una maldita pala. Este no es el típico reclamo de mi hijo es mejor que el tuyo, pero la bruja que le leyó la carta astral dijo que había venido al mundo con una misión, la de guiar a su gente hacia la convivencia amorosa en colectividad. Hay muchas posibilidades de que la señora nos dijera lo que queríamos oír. Ahora bien, desde hace unas semanas ha empezado a comportarse de una manera bastante sospechosa que avalaría las predicciones. Empezó con los abrazos, nos iba llamando uno a uno para que lo abracemos hasta acabar confundidos todos en un solo apachurrón múltiple. Ahora cuando nos sentamos a comer, de repente extiende una mano diciendo “mamá”, luego mira al otro lado y dice “papá”, me mira a mí y dice “mamá”, mira a su hermana y dice “Lena” y no se queda tranquilo hasta que todos estamos cogidos de las manos, sonriendo y formando una alegre ronda digna de una secta de las buenas vibras. Seguro que en otros parques además de pistoleros hay más gurús del amor esperando crecer. A veces, cuando hasta los parques me recuerdan lo que hemos hecho de este mundo, miro a mi bebé y quiero creer que todo puede ser diferente. ❧