Los Humala parecen un par de adolescentes imprudentes. Nadine Heredia, una quinceañera en problemas porque sus amigos-enemigos aprovecharon una pijamada para robar sus diarios. Agenditas sin candados que daban pistas de traiciones, romances de segunda mano que así, en el mejor de los casos hayan sido bien intencionados, no por ello se convierten en menos malos. Encuentros y promesas registradas, que al ser sumadas con las de Marcelo el brasilero, la dejan muy mal parada. Y ahora Ollanta Humala no hace sino recordarme a esos ex enamorados que cuando son ampayados habiendo pecado, solo atinan a defenderse peleando y protestando porque su celular ha sido revisado. Claro, claro. ¡Madre mía! Ya no hablemos de la infidelidad (o en este caso de los audios que prueban el soborno a testigos para hacer desaparecer las acusaciones de tortura y desaparición forzada) porque el acusado considera que las pruebas que encontramos son “ilegales”. Mejor preguntémonos quién le dio a Humala la base y corrector para taparse por tanto tiempo el tremendo chupón que esta interceptación le dejó. Por seis años pudo disimular esa mancha morada pulsando justo sobre la yugular mientras estos audios –que dicho sea de paso no tienen nada de ilegal bajo lo estipulado por el código Penal– acumulaban polvo en un cajón del despacho de la Cuarta Fiscalía Penal Supraprovincial en delitos de Corrupción de Funcionarios a cargo del fiscal Marco Guzmán… hasta que alguien las filtró a un diario. Realmente, Nadine y Humala me recuerdan a dos adolescentes. Cada día parecen más adolecer de criterio, adolecer de buen juicio, adolecer de opciones, adolecer de claras intenciones y hasta de amigos. Pero en buena hora la adolescencia de este par, que se convierte en nuestra gran oportunidad. Oportunidad de demostrar que no importa la ideología política a la hora de repudiar la corrupción y la violación de derechos humanos. Qué gran oportunidad de aclarar que ninguna página se debe voltear hasta que el daño haya sido reconocido, repudiado y reparado.