Leo que la semana pasada en Orlando, Florida, una cantante y estrella juvenil fue asesinada de un balazo por un fanático. Poco después, 49 personas murieron a manos de un homófobo descerebrado, maltratador de mujeres y reprimido sexual, también en Orlando. Ayer un caimán arrancó a un bebé de dos años de los brazos de su padre y se sumergió con él en la atracción llamada la Laguna de los siete mares, muy cerca de Magic Kingdom, para no salir nunca más. Siempre pensé que el Apocalipsis empezaría en Disneylandia, o por lo menos cerca. El Pato Donald de espuma también está armado hasta los dientes. Debajo de su cara de pato estúpido se esconden Donald Trump u Omar Mateen. La matanza de Pulse me recuerda el día que vi cómo se caían las torres gemelas comiéndome un pan con salchicha de huacho, antes de saber que ese par de símbolos estaban llenos de gente. Pero hoy cualquiera podría atragantarse, porque si antes el objetivo era el imperio, ahora son las víctimas del imperio, los perseguidos de la mentalidad imperial y patriarcal, las que caen muertas: jóvenes latinos ilegales, gays, lesbianas, odiados porque son exactamente eso, aunque sean mucho más que eso. Mientras tanto, por aquí, el minuto de silencio que los congresistas de nuestra republiqueta le han concedido a los muertos de Orlando, tras haber ignorado los derechos LGBTIQ durante todo su mandato, bien podría haberse alargado como el silencio de la tumba. Guárdense su minuto de cinismo, por favor. La única condecoración que van a recibir es una orden del sol de hojalata como la que le ha dado Humala a sus ministros: premio a la nulidad y a la desvergüenza. ❧