Domingo acompañó a un grupo de científicos de WWF Perú y Pro Delphinus que, durante tres días, recorrió los ríos Huallaga y Marañón recogiendo datos sobre la población y las amenazas que se ciernen en torno a los famosos –y mágicos– bufeos grises y colorados.,En busca del delfín de río,En busca del delfín de río,En busca del delfín de río,En busca del delfín de río,Esa primera mañana, la bióloga Elizabeth Campbell (27) estaba preocupada. No lo diría hasta el día siguiente, pero le angustiaba un poco que casi dos horas después de haber zarpado de Yurimaguas, en una aparatosa lancha llamada 'Wachito I', aún no hubiéramos visto ninguno. Ningún delfín de río. Ni grises ni colorados. Era una mañana fría pero calma. El río Huallaga, una cinta de terciopelo de color marrón que a veces se agitaba en ondas. Cuatro jóvenes biólogos de la ONG Pro Delphinus ubicados en las cuatro esquinas de la cubierta superior. Al centro, lista para anotar los datos, Elizabeth, lideresa de una expedición pionera. PUEDES VER Así es la vida en las riberas del Río Huallaga [FOTOS] Pocas veces se ha estudiado a los delfines de río de la Amazonía peruana. Y nunca en el tramo que seguimos durante esos tres días: desde Yurimaguas hasta San Lorenzo (región Loreto), a través de los ríos Huallaga y Marañón. Era una misión planeada hacía meses por Pro Delphinus y la oficina peruana de la World Wildlife Fund (WWF). José Luis Mena, director de Ciencias de WWF Perú, y cuatro periodistas acompañábamos a los científicos. Traíamos mucha expectativa desde Lima. Quizás todo eso aumentaba la tensión en Elizabeth. Hasta que, a las 10:50 de la mañana, el primer delfín de río apareció. Nadie aplaudió ni gritó de alegría. La bióloga Eliana Alfaro lo vio y comunicó los datos a Elizabeth por radio. A unos 50 metros, al lado derecho del barco. Un sotalia fluvialitis, es decir, un gris. Minutos después, la bióloga Andrea Pásara informó que había visto otros dos, también grises. El avistamiento acababa de empezar. El sol se abría paso. Garzas volaban sobre nuestras cabezas. Elizabeth Campbell, una de las mayores expertas en delfines de río del país, podía empezar a respirar en paz. Un símbolo amazónico Le temen un poco. Dicen que se convierte en un apuesto varón que rapta a las muchachas que se bañan en los ríos. Que si te enjabonas los ojos o te ríes con mucho estruendo en las orillas, te arrastra a su reino en el fondo de las aguas. En la Amazonía peruana, el bufeo, sobre todo el inia geoffrensis, el colorado, es un animal mágico. Nadie sabe cuántos delfines de río hay aproximadamente en el Perú. No se han hecho estudios exhaustivos sobre ambas especies y, por tanto, no se sabe si están en estado vulnerable o en peligro crítico. Pero hay consenso entre los investigadores en que es una especie que enfrenta diversas amenazas. Muchas veces queda atrapado en las redes de los pescadores. Algunos lo capturan para usar su carne como carnada en la pesca de la mota. Otros, para vender o usar sus genitales como amuletos o para preparar brebajes de supuestos efectos afrodisíacos. También debe hacer frente a amenazas menos directas, como la construcción de represas en los ríos (hay cinco proyectadas solo en el Marañón) y la contaminación a causa de mercurio, petróleo o basura proveniente de las ciudades. Y aunque desde el 2009 su extracción y venta están prohibidas por decreto supremo, en los ríos, quebradas y cochas más profundas de la selva la norma no siempre se cumple. Una mañana, sentados en la cubierta superior de la lancha, Elizabeth me explicó por qué debería importarnos lo que le ocurre a los delfines de río. Primero, dijo, porque su presencia es un indicador del estado de salud de los ríos: si no se los encuentra en un río, probablemente esté contaminado. También porque es un depredador top que ayuda a regular las especies de las que se alimenta. Porque los inias y sotalias son especies endémicas: si se acaban en la Amazonía, se acaban para siempre. Y, también, y quizás sobre todo, porque es un animal emblemático, un símbolo de la riqueza natural del Oriente. ¿Cuántas empresas turísticas ponen a los bufeos en sus avisos? ¿Qué pasará el día en que desaparezcan de la Amazonía? El ADN de las especies Si el primer día los delfines tardaron en aparecer, el segundo se dejaron ver desde temprano. Lejos ya de Yurimaguas y de los pueblos más grandes, solo teníamos ante nosotros el Huallaga, la vegetación y las aves. Muy de tanto en tanto nos cruzábamos con una lancha que volvía de San Lorenzo o de Iquitos. Algún pescador en su canoa. Lo demás, pura naturaleza. Antes del mediodía, los investigadores de Prodelphinus ya habían contabilizado medio centenar de bufeos. Digo investigadores en masculino pero la mayoría (cuatro de cinco) eran mujeres: Elizabeth, Eliana, Andrea y Clara Ortiz. El varón era Eduardo Segura. Eso hizo que en casi todo el viaje José Luis y los periodistas (todos hombres) nos refiriéramos al equipo de Prodelphinus como "las chicas". Eduardo lo supo llevar bien. Divisar a los bufeos no fue fácil. Los biólogos pasaban largas horas sentados en la cubierta, atentos a la menor agitación del agua. Elizabeth repartía chupetines para que el ejercicio de chupar espantara la modorra. La medición se hizo siguiendo el método de los transectos: la lancha avanzaba 10 km por el centro del río y luego iba 2.5 km en diagonal hacia la derecha y otros 2.5 km hacia la izquierda. Pronto nos dimos cuenta de que mientras más cerca estábamos de las orillas, más chances teníamos de encontrar a los cetáceos. Cada cierto número de kilómetros, el barco se detenía. Dos de los biólogos se montaban en una chalupa y se iban al centro del río o de una quebrada a tomar muestras de ADN. La mañana del segundo día acompañé a Clara y Andrea. Durante 20 minutos extrajeron agua de una quebradita y la pasaron por un filtro muy sofisticado, que retenía material orgánico casi microscópico. Al final del viaje enviarían las muestras a un laboratorio en Francia, donde se detectaría a qué animales pertenecían. De esa manera, los investigadores podían saber si había presencia de delfines (y de otras especies animales) en esos puntos geográficos. Por el Marañón La tarde del segundo día fue una fiesta. El 'Wachito I' se detuvo en la desembocadura de la quebrada Aipena, frente a la comunidad de Esperanza, para que los biólogos tomaran muestras. En el encuentro de las aguas de la quebrada –negras– con las del Huallaga –marrones–, una veintena de bufeos se daba un festín de peces. En la cubierta del barco, media docena de eufóricos limeños babeaba de emoción. En cierto momento, Javier y yo convencimos a dos niños de la comunidad, Segundo (10) y Jhonny (9), de que nos llevaran en su canoa lo más cerca posible del festín. Los animales, con buen juicio, se alejaron de inmediato. Una hora después de dejar Esperanza, llegamos al punto donde el Huallaga desemboca en el Marañón. Hacia el este, el río va al encuentro del Ucayali para formar el Amazonas. Nuestro barco siguió la dirección contraria, hacia el oeste. El atardecer en el Marañón fue uno de los momentos más espectaculares del viaje. José Luis repitiendo "¡Qué belleza, qué maravilla!", todos haciendo fotos y, después, todos en silencio, contemplando increíbles rojos y anaranjados en el cielo. La belleza en el Marañón, un río mucho más ancho, cobró un precio: fue más difícil divisar delfines. Las orillas quedaban más lejos, el espacio para mirar era mayor. Fue una tarde difícil por lo aletargante. Después de pasar la desembocadura del Pastaza, uno de los ríos donde suele haber derrames de petróleo, vimos otro atardecer de ensueño. El viaje terminaba. Elizabeth estaba relajada. A lo largo de casi 300 km, su equipo había contado 93 delfines de río: 60 grises y 33 colorados. Con estos datos podrían calcular la densidad (número de delfines por km2) y estimar la población aproximada. Sería un buen punto de inicio para futuros planes de conservación. Nadie sabe si el bufeo, ese animal mágico de las leyendas, se encuentra en estado vulnerable o crítico. Esta información será muy valiosa para conocerlo. Y protegerlo. Algunos capturan el bufeo para usar su carne como carnada o para vender sus genitales como amuletos".A lo largo de casi 300 km de río, desde Yurimaguas hasta San Lorenzo, el equipo contó 93 bufeos: 60 grises y 33 colorados".