Superó un sangriento asalto, que lo dejó parapléjico, aferrándose al humor como el mejor analgésico para la vida. Durante sus seis años como vicepresidente de Ecuador fue el funcionario más popular de la historia. El domingo 2 de abril ganó la segunda vuelta y se convirtió en el sucesor de Rafael Correa.,Lenín Moreno: el presidente que sobrevivió,Lenín Moreno: el presidente que sobrevivió,La noche del 3 de enero de 1998, el empresario Lenín Moreno esperaba a su mujer, Rocío, en su auto, en la puerta de una panadería de la avenida América, en la zona norte de Quito. De pronto, dos tipos armados salieron de la nada y le ordenaron entregarles las llaves del coche. Moreno se las dio. Los criminales, sin embargo, le dispararon. Cuando Rocío salió, lo encontró tirado en la pista, desangrándose. PUEDES VER: PPK saluda victoria del presidente electo de Ecuador, Lenín Moreno Moreno salvó la vida pero una de las balas le destrozó la columna vertebral. Quedó parapléjico. Pasó cuatro años en su cama, inmovilizado, hundiéndose en la depresión, pensando que lo mejor sería morir. Un día, un viejo amigo que llegó a visitarlo a su casa le contó una historia. Le dijo que tenía un problema: había conocido a una muchacha, estaba enamorado de ella y ella le correspondía. El problema era que su familia se oponía. “Pero, ¿cómo?”, se sorprendió Moreno, “si ahora las familias ya no se meten”. El amigo le contestó: “¿Cómo que no? ¡Mi esposa y mis hijos no la pueden ver!”. Nunca en su vida se había reído tanto Moreno como ese día. Se rió tanto que el dolor físico y emocional se le olvidaron. Tanto, tanto, que decidió investigar. Descubrió que el humor era el mejor analgésico para todas las desgracias. Y poco a poco, investigando, investigando, su vida cambió. Salió de la depresión. Recuperó la esperanza. Y se convirtió en un motivador profesional. Comenzó a escribir libros –lleva ocho–, a dictar conferencias. El humor –el poder del humor para influir en las personas– se convirtió en el centro de sus intereses. Y fue lo que lo llevó a la política. Y, la semana pasada, a la presidencia de Ecuador. Dignidad para los suyos Una tarde de 2005, una de sus hijas le contó a Lenín Moreno que Rafael Correa había sido su profesor en la Universidad San Francisco de Quito. Para entonces, Correa era nada menos que el ministro de Economía del gobierno de Alfredo Palacio. Moreno comenzó a prestarle atención, y a admirarlo. “Creí que podía ser presidenciable”, contaría en una entrevista. Poco después se lo encontró en una concentración política. Le dijo “Rafael, cuentas conmigo”. Moreno ya era una figura conocida en el país por su historia de vida y sus charlas de motivación, así que cuando Correa se lanzó como candidato presidencial, le pidió que lo acompañara en su plancha. Moreno lo dudó hasta el final pero, eventualmente, aceptó. En noviembre de 2006, el movimiento Alianza PAÍS ganó en la segunda vuelta electoral. Dos meses después, Correa asumió la presidencia y Moreno, el político que no era político, el hombre que recorría el país en silla de ruedas dando lecciones de superación personal, llegó a la vicepresidencia. Hizo mucho desde ese cargo. En los seis años que ejerció como vicepresidente –ganaron la reelección en 2009– Moreno lideró una verdadera movilización nacional en favor de las personas con discapacidad. Creó la Misión Solidaria Manuela Espejo, que llevó a cabo la primera investigación sobre las personas con discapacidad en Ecuador: cuántos eran, dónde residían, a qué se dedicaban y cómo vivían. Con esa información, se dedicó a atender las necesidades de aquellas que estaban en condiciones más graves: les entregó sillas de ruedas, bastones, aparatos ortopédicos, colchones y todo tipo de bienes necesarios para que enfrentaran su condición con cierta dignidad. Su siguiente proyecto fue el Programa Joaquín Gallegos Lara, a través del cual el Estado ecuatoriano dotó de una asignación mensual a las personas con discapacidad física o intelectual severa, y en la extrema pobreza, que necesitaran de un asistente que los cuide. En setiembre de 2012, Moreno logró que el Congreso ecuatoriano aprobara la Ley Orgánica de Discapacidades, que estableció una serie de beneficios inéditos para este sector de la población: por ejemplo, se les exoneraba de pagar impuestos (según grados de discapacidad), se sancionaba a las aseguradoras que se negaran a emitirles pólizas de seguro y planes de salud, y se les rebajaba el pago de servicios como el agua, la electricidad y el teléfono, entre muchos otros beneficios. Ese año, un grupo de ecuatorianos residentes en Noruega lo propuso para el Premio Nobel de la Paz. En mayo de 2013, luego de que Rafael Correa ganara su tercera elección consecutiva, Moreno dejó la vicepresidencia. Lo hizo por decisión propia, porque quería alejarse del poder. Al menos así se lo dijo a BBC Mundo. “El poder tiene peligros muy grandes, entre ellos engolosinarse con él (…) Al poder uno debe dejarlo lo más pronto que se pueda”. Se fue en lo más alto de su popularidad. Según un sondeo realizado en Quito y Guayaquil por la empresa Perfiles de Opinión, un 98% de ciudadanos aprobaba su gestión. Ninguna autoridad pública en ese país había alcanzado tanta popularidad. Ni Rafael Correa, por supuesto. Candidato imperfecto Pasó los siguientes tres años en Ginebra, nombrado por Ban ki-moon como enviado especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre Discapacidad y Accesibilidad. Cuando, en 2015, se confirmó que Correa no postularía por cuarta ocasión, la dirigencia de Alianza PAÍS comenzó a barajar sus mejores cartas para reemplazarlo. El 2016, Moreno fue el elegido. Volvió en setiembre a Quito. Y un mes después, fue proclamado candidato presidencial. En teoría, habiendo sido un funcionario tan popular, su candidatura debía arrasar. Pero no. Moreno no era perfecto. Tenía debilidades que la prensa independiente expuso y sus adversarios no se cansaron de difundir. Como su lujosa vida en Ginebra. Se descubrió que Moreno recibía una remuneración del gobierno, que durante los tres años en la ONU ascendió a un millón de dólares, según él mismo declaró. Se descubrió, también, que una de sus hijas se desempeñaba como una de sus asesoras, con un sueldo de 7 mil dólares. Y se comenzó a hablar de las debilidades de su mujer por los grandes diseñadores y las joyas. Durante su campaña siguió mostrándose como un tipo afable, conciliador, optimista, que era la imagen que le había ganado simpatías cuando vicepresidente. Pero a medida que aparecieron denuncias de presunta corrupción en el gobierno de su amigo y líder, se le fue haciendo difícil mantener la sonrisa ante la prensa. El 10 de marzo, una periodista insistió en pedirle su opinión sobre las denuncias que había en torno al primo del presidente. Moreno tocó la mano de la reportera para alejar el micrófono de su boca y le espetó: “Usted ya preguntó”. El medio digital de derecha Gkillcity.com, que publicó un completo perfil sobre el candidato, lo describió de esta manera: “Lenín Moreno es un personaje que responde a una imagen meticulosamente construida para agradar. No caben grietas ni errores en la caracterización de un hombre bonachón, amable, que disfruta la vida, que ríe; mesurado, alegre, conciliador. Ha sido presentado como la cara buena de un fenómeno político liderado por un personaje de carácter explosivo, intolerante e impulsivo, pero hay un cerco casi impenetrable que hace que sea muy difícil de responder a una pregunta esencial: ¿Quién es Lenín Moreno?”. A estas alturas, ya no importa tanto cómo responder a esa pregunta. El domingo 2 de abril, Moreno ganó la segunda vuelta de las elecciones con el 51.6% de los votos (según el último conteo realizado el jueves 6, al 99% de las mesas escrutadas). Su rival, Guillermo Lasso, ha anunciado que impugnará los resultados, pero ya los gobiernos vecinos –incluido el peruano–han reconocido al ex funcionario de la ONU como el presidente electo. Según los analistas, tiene varios desafíos al frente del Palacio de Carondelet. El primero, la alta polarización de la sociedad ecuatoriana (su rival obtuvo el 48.8% de los votos). El segundo, la economía, (el alto déficit, agravado por la caída del precio del petróleo). Y el tercero, gobernar bajo la sombra de Rafael Correa, su gran amigo y líder. Retos complicados pero que quizás no sean tan terribles como verle la cara a la muerte. Escaparle. Sobrevivir a ella. Y hacerlo con una sonrisa. (O.M)