Dicen que es en las grandes tragedias donde emerge la verdadera naturaleza de cada ser humano, la madera de la cual está construido, la entraña de la que proviene. Por eso, en los grandes desastres –terremotos, incendios, inundaciones– hay quienes corren a ayudar a los más afectados y hay otros que se precipitan a saquear, a ver qué pueden obtener en el caos, a llevarse incluso aquello que no necesitan. Como la semana que pasó, cuando, ante la amenaza de desabastecimiento de agua (e incluso cuando aún había suficiente en los grifos domésticos), hordas de gente, especialmente en los sectores más pudientes, se abalanzaron a comprar toda el agua embotellada posible, agotando en minutos las existencias de los supermercados. ¿Iban a bañarse con tanta agua embotellada? ¿Justificaba la cantidad de miembros de su hogar el consumo de todo lo que acapararon? ¿Les era imposible hervir un poco de la que aún podía almacenarse? Obviamente no. Se trata de un impulso histérico, de acto de pillaje (porque, aunque les costara su dinero, acaparar lo que otros pueden necesitar es una forma de pillaje) que nos revelaba la mezquindad de grandes sectores de nuestra sociedad, esa natural tendencia al ampay me salvo… ¡y que se jodan los otros! Pero no sólo en los sectores más o menos acomodados se puso en evidencia ese impulso egoísta y mezquino. Jamás olvidaré a las masas que se agolpaban a los alrededores del lugar donde el río Huaycoloro golpeaba contra uno de sus puentes, desoyendo las advertencias de las autoridades, sólo para poder robarse (a vista y paciencia de las cámaras de televisión) alguno de los enormes cilindros que las aguas habían traído entre maderas y desperdicios. Entretanto, a sólo unos kilómetros de allí, había quienes se apresuraban a ayudar a Evangelina Chamorro a salir del lodo y cientos de voluntarios hacían lo posible para paliar las necesidades de todos los damnificados por las inundaciones en el país. Las redes sociales han sido pródigas en denuncias sobre el vergonzoso actuar de diversas empresas en estos días en los que sólo debía esperarse solidaridad y desprendimiento de todos. Por ejemplo, la aerolínea Latam, que mantuvo los exorbitantes precios de sus pasajes y que, ante los pedidos desesperados de quienes necesitaban ir o venir de los departamentos afectados, sólo respondía que sus precios eran los marcados por su tarifario y que quien quisiera obtenerlos a menor costo debía haberlos comprado con anterioridad, como si alguien hubiera podido prever los desastres que se avecinaban. Luego, ante la crítica generalizada, quiso pasar piola ofreciendo vuelos gratuitos de los que, hasta el cierre de esta edición, nadie tuvo noticia. Peor aún fue el caso de ciertas empresas que, bajo el pretexto de la solidaridad, pretendieron expoliar al próximo, como, por ejemplo, la bodega Tres chanchitos, de La Molina, que –según denunció el escritor José Carlos Yrigoyen el viernes en su muro de Facebook– ofrecía un balde de apoyo a Piura a sesenta soles, cuando el contenido (dos botellas de agua, dos cajas de leche, dos latas de atún, una lata de menestras y un insecticida) no llegaba a costar ni la mitad. Entretanto, sólo hasta el viernes, el Centro de Operaciones de Emergencia Nacional informaba que ya había, como consecuencia de las inundaciones y huaicos, 63 fallecidos; 173 heridos; 11 desaparecidos; 62,642 damnificados directos (2,739 sólo en Lima); y más de medio millón de personas afectadas de diversas formas. En ese panorama, pensar en lucrar (sea en dinero o en “publicity” personal, como ciertos políticos a los que no nombraré, porque no son tiempos de crear enfrentamiento) se convierte no sólo en una ofensa, sino en un delito contra la patria. Por suerte, la historia no olvida. Como no se ha olvidado que, en tiempos del Holocausto –la tragedia provocada por el hombre más grande de la historia–, hubo alemanes de raza aria (el segmento más privilegiado de la época) que se jugaron el pellejo ocultando y salvando a centenares de judíos, pero también hubo judíos que, mientras sus amigos eran llevados a las cámaras de gas, se la pasaban haciendo negocios con el gobierno del Führer, fabricando botas para el ejército nazi y bordando los infamantes parches de color amarillo con la estrella de David que debían llevar obligatoriamente para poder transitar por las calles. Por eso, cuando este estado de emergencia en nuestro país haya pasado, volveremos a mirarnos a los ojos y sabremos quiénes prefirieron priorizar su comodidad antes que las necesidades del prójimo y quiénes sí cumplieron como ciudadanos y peruanos.