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Domingo

Alonso Cueto: “Las dos grandes pasiones de mi vida son la música y la literatura”

Alonso Cueto empezó a escribir Otras caricias el 2013 y lo fue avanzando en medio de otros proyectos literarios. Este año publicó la novela, que rinde tributo al vals y a la música criolla, e indaga en el amor maduro. El libro se presenta oficialmente el 22 de setiembre.

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Escritor. Periodista. Profesor universitario. Foto: Felix Contreras

La nueva novela de Alonso Cueto, Otras caricias, nació de su conocimiento y su amor por el vals peruano, al que ha definido como “ese palacio de la tristeza elegante, de la nobleza sencilla”. Aquí hablamos de la música criolla, de los temas de su novela, de la violencia del terrorismo -que está presente en algunos libros previos- y de cómo enfrenta la pandemia. En tiempos duros como estos, escribe mucho, camina y observa los árboles.

En una entrevista contabas que tu amor por la música nace de tu familia, de tu mamá, a quien le gustaba cantar

Sí. Pienso que el acontecimiento más importante en la vida de una persona son las canciones que tu madre o tu padre te cantan cuando eres niño, cuando te están arrullando para hacerte dormir. Creo que eso es algo que se queda contigo para siempre. Creo que tu vida va a ser más segura, más rica. Los niños que no tienen música cerca van a estar más desamparados frente al mundo y lo van a entender como un caos o un páramo.

Sin música la vida sería más pobre, más triste

La vida sería más pobre porque creo que la música le da un sentido, una dirección, y que es un modo de hacernos ver la esencia de las cosas y de nosotros mismos. Tu puedes barrer una casa o trabajar en unos informes financieros, pero si lo haces cantando todo va a ser mucho mejor. Es un acto de afirmación de la vida.

En la universidad te acercas a la música criolla y acudes a las peñas, ¿a dónde ibas, qué lugares conociste?

Conocimos una serie de lugares. Uno de ellos la peña Los Mundialistas; y La Valentina, en La Victoria. Eso está en el inicio de mi nueva novela. Cuando el personaje Albino llega a la peña ve el estrado y se sienta. Lo que quería decir es que hay en él una visión de la música, de la interpretación y de la peña como un lugar sagrado.

Como un templo

Exactamente. Él está haciendo unos honores, unos rituales a la peña en ese estrado. Decía María Callas, que no hay nada más importante que cantar. Porque es algo que va a permanecer en la mente de los espectadores. Entonces las peñas eran centros de reunión donde se anulaba el tiempo, el espacio de afuera, y todo ocurría dentro. Después, cuando volví de vivir afuera y me instalé aquí, he ido básicamente a dos lugares, que son La Oficina, de Barranco, y el Centro Cultural Breña. Eran lugares donde había una conciencia de que no estaban tocando para los turistas, sino para ellos mismos. No tocaban para complacer o gustar a nadie, sino para sentirse integrados en lo que hacían.

¿Te gustan más los valses de letras poéticas, de un lirismo más marcado, que aquellos más jaraneros? Lo digo por los autores que sigues: Granda, Pinglo, Cavagnaro, Quinteras

Bueno, sí. Creo que lo que hacen estos valses es preguntarle al oyente cuáles son sus emociones más profundas, más genuinas, penetrar en las zonas más esenciales y descubrir que detrás de todo ser humano hay un fondo de desamparo, de ternura, de vulnerabilidad, y que el vals es una manera de sacar a la luz esa zona oscura y tierna que tienen todos. Eso lo hace el vals como ningún otro género. El vals hace una pesquisa sentimental y le habla al oyente tratando de preguntarle quién es. Eso es lo que de alguna manera hicieron Pinglo, Chabuca, Mario Cavagnaro. Ahora, a mí me encantan las canciones jaraneras y las polkas, y las más movidas.

El vals, las peñas, hoy mantienen sus espacios.

Hay gente que prefiere el reguetón, el rock, el vals o el bolero, que es un pariente sentimental del vals. Hay la idea de que Lima ha cambiado, de que es más rápida, más ruidosa y por eso el vals ha desaparecido o va a desaparecer. Pero yo he visto en las peñas mucha gente joven, incluso gente joven que cantaba. Veo los sábados y domingos el programa Una y mil voces (TvPerú), veo ahí gente joven. Tal vez es un género minoritario, pero expresa algo que todos tenemos: esa inclinación a la fragilidad, a la emotividad.

Antes habías reflexionado sobre el vals y la música criolla en el libro Valses, rajes y cortejos. Ahora vuelves al tema con Otras caricias, tu nueva novela. ¿Hace mucho que planeabas escribirla?

Esta es una novela que tiene muchos años. La empecé a escribir en el 2013, he estado en otros proyectos, pero siempre regresé a ella. Me interesaba poner en boca del personaje algunas de las ideas que tengo sobre lo que significa crear, escribir, hacer música. Y el personaje–Albino-es un profesor de Literatura y también canta en las noches. Es un poco una expresión de lo que pienso y de lo que más me interesa en las artes. Soy un gran aficionado a la música, la escultura, la arquitectura, pero las dos grandes pasiones de mi vida son la música y la literatura. Son artes que ocurren en el tiempo, no ocurren en el espacio como la pintura o la escultura, y anulan el tiempo. Cuando yo estuve en una unidad de cuidados intensivos hace unos años después de una operación, me pasé el rato cantando para mí mismo, en voz baja...

Para sentirte vivo

Exacto. Para sentir que los seres humanos hemos inventado algo que nos recuerda la belleza y la poesía frente a todo lo que nos rodea, que es el deterioro y el peligro.

Otras caricias es una novela sobre la música criolla, los sentimientos de la madurez y, me parece, también sobre la resignación

Tu lo has dicho, la resignación, que es una característica muy típica de los peruanos. Resignarse, renunciar. Es curioso, permitimos que pasen las cosas más terribles y a veces nuestra capacidad de protesta es mínima frente a lo que ocurre. La aceptación de que hay un destino y que no podemos hacer nada contra él, es algo muy fuerte entre nosotros. Cuando hay un terremoto o un desastre, somos incapaces de reconstruir, de recuperar, pensamos que es una afrenta del destino, que es algo que nos ha tocado. Ahí están los personajes que revelan eso.

En la novela, el conflicto va por el tema de la discriminación, el racismo. Pienso que los peruanos nos encontramos en algunos espacios, pero en otros no.

Es posible encontrarnos en algunos espacios, hay rendijas para la comunicación entre personas de diferentes clases sociales, pero todavía son espacios mínimos dentro de todas las diferencias que hay. Eso es algo que está en este libro y en otros libros míos. Creo que somos eso, un país que está empezando a tratar de entenderse, de comunicarse, de integrarse, y todavía no lo ha logrado. Creo también que hemos avanzado. Cuando yo era niño había mucha más discriminación, mas racismo, creo que hemos recorrido un camino, aunque falte mucho.

En otros libros tuyos has escrito sobre el conflicto, sobre la violencia política, por ejemplo en La hora azul. Pero más que narrar la violencia, has escrito sobre las secuelas de la violencia

Sí. Creo que la violencia está en las secuelas. Un acto violento puede durar un tiempo, pero a mí lo que me interesaba, por ejemplo en La hora azul, era lo que había sufrido esta mujer, Miriam, el personaje. Investigué testimonios de mujeres que habían estado en la guerra y había muchas mujeres que se habían suicidado después de lo de Sendero (Luminoso), por las secuelas que había en la salud mental.

Ahora vivimos una coyuntura donde la gente se pregunta qué hacer con el cadáver de Abimael Guzmán, ¿lo cremamos y lo arrojamos al mar como hizo Estados Unidos con Osama Bin Laden?

Este tema de Abimael es como un antitrofeo, un cuerpo del que nadie quiere hacerse cargo. Creo que hemos perdido una ocasión muy grande para celebrar la victoria de la sociedad civil sobre Sendero. Creo que hemos debido decir que el juicio a Abimael fue impecable, que fue capturado sin mediar violencia, que lo grandes héroes de ese momento son Benedicto Jiménez y todo el GEIN. Y las instituciones del Estado, a pesar de toda la violencia que hubo, han logrado lidiar con este tema. Eso hemos debido celebrarlo. Estoy de acuerdo con Juan Carlos Tafur en encontrar una fecha para celebrar la victoria contra las fuerzas de este homicida. Por otro lado, estamos viviendo hoy un estado de desgobierno, de caos, donde nadie toma una decisión. Estamos a la espera de todo. A la espera de que ratifiquen a Julio Velarde. San Juan de Lurigancho está a la espera de que llegue agua. Vivimos en la incertidumbre y en la espera porque vivimos en el desgobierno y el caos.

Este es un gobierno mudo

Es un gobierno ausente, que ha hecho comentarios mínimos, tibios, sobre la muerte de Abimael.

Habiendo sido acusado de tener cercanía al Movadef, el gobierno debió aprovechar para tomar distancia.

Absolutamente. Sendero, con la muerte de Guzmán, está condenado a desaparecer, pero el Movadef va a continuar. Y hay que estar atentos. La situación del Perú es una situación de un país con muchas desigualdades, muchas injusticias y con mucha pobreza. Pero la violencia solo va a traer más violencia, desigualdad e injusticia. Eso es lo que tienen que entender los violentistas.

Hace tiempo además que no tenemos líderes que se ganen la confianza de la población.

El gran problema del Perú ahora es un problema de liderazgo. Los líderes no son capaces de identificar las necesidades de la gente y señalar un rumbo. Cuando una elección se define por antis, el antifujimorismo o el anticomunismo, entonces, esto es lo que pasa. Sabemos lo que no queremos, pero no sabemos lo que buscamos, lo que necesitamos. Y esto nos lleva a una espiral de polarización y violencia mayor.

Cómo has vivido la pandemia

Primero, con mucho miedo y compasión. He perdido a muchos amigos. Amigos como Luis Repetto, por ejemplo. O el escritor Juan Ochoa López. Y a gente cercana. Y me ha parecido terrible la cantidad de muertos todos los días. Y si bien la pandemia me parece terrible, la cuarentena ha tenido sus ventajas. Salí mucho a caminar por el barrio, escribí mucho, una novela histórica en la que estoy involucrado sobre la hija de Francisco Pizarro. Me acostaba temprano y en los parques cerca de mi casa me ponía a ver los árboles, uno de mis pasatiempos preferidos. Gracias a que la muerte estaba tan cerca hemos podido apreciar la vida que nos rodea mucho mejor. Siempre que la muerte se acerca, la vida nos parece más valiosa. Estamos viviendo una anormalidad normal que es la vida de las mascarillas, la del teletrabajo y la de la incertidumbre política.