Ximena Arroyo lleva un mes sin decir “mucha mierda”. Un mes sin experimentar los nervios de un estreno ni sentir la sonora caricia del aplauso. Un mes, tras 18 años seguidos, sin abrir las puertas de una casona colonial de mil metros cuadrados, en la cuadra 3 del jirón Ica, en el Centro de Lima: la Asociación de Artistas Aficionados o, como nos dicta la pereza, la Triple A.
En esta institución del teatro que cumplirá 82 años en junio, Ximena ha sido actriz, profesora y luego directora. Su madre, Sonia Seminario, actriz, socia y luego presidenta. Demasiado pasado interrumpido de pronto. Ni en el 2018, cuando una triquiñuela legal estuvo a punto de arrebatarles la tenencia de la casa y el desalojo parecía inminente, el teatro paró. Un teatro autogestionado con gastos mensuales de mantenimiento que superan los 5 mil soles.
Más que pensar en ella como actriz, la angustia de Ximena anida en cómo hacer sobrevivir a un teatro sin gente. Si a eso le sumamos que es coordinadora general del teatro Julieta, en Miraflores, podemos imaginar cómo duerme desde hace cinco semanas.
Los diez talleres de la Triple A, frenados por el coronavirus, no pueden dictarse de manera virtual tal como están diseñados. Los profesores, que ganaban un porcentaje por cada alumno, tendrán que echar a volar sus ideas. Reinventarse, por lo menos en el teatro, no es un verbo tan sencillo de pronunciar. El viaje del teatro a la pantalla de un celular no será jamás un Tik Tok.
“No es fácil decir: ‘hagamos teletrabajo’, cuando nuestra actividad está relacionada a la respiración del otro, al encuentro en directo”, dice Ximena desde Barranco. Por ahora, para palpitar esa cercanía, han apelado a los recuerdos con preguntas en redes sociales. Anzuelos. Paliativos. El teatro, por sobre todas las cosas, es encuentro.
Según una investigación de la asociación cultural Playbill (con el soporte del Movimiento Independiente de Artes Escénicas del Perú), 3 mil 239 funciones fueron canceladas, representando 4.5 millones de soles en pérdidas. Y 453 temporadas levitando a la deriva.
Números de terror que muestran el impacto real de la crisis. Si bien el Ministerio de Cultura lanzó una encuesta virtual cuyos resultados todavía se desconocen, Pedro Iturria, presidente de Playbill, trabajó esta data en plena cuarentena junto a su equipo. Una iniciativa civil ante la falta de reflejos de un sector que todavía hoy, después de tantos ministros, carece de un empadronamiento total.
Para obtener esta información, encuestaron a gestores culturales de casi 200 compañías teatrales. Y contaron con el apoyo de Teleticket. En las próximas horas lanzarán la data actualizada con el aporte de Joinnus. Y presentarán un proyecto al Ministerio de Cultura con dos pedidos puntuales: apoyo comunicacional del Estado para que el público vuelva al teatro, y un protocolo de salud para salvaguardar al público.
“Solo lanzaron la encuesta y eso tardará meses. Necesitamos acciones específicas. En Perú no hay un gremio de industrias culturales. Hay puntos de cultura, pero no corresponde al 100%. En otros países, como España, incluso están divididos por categorías (productores, diseñadores, actores)”, clama Iturria, quien contó con la asesoría de Tania Swayne, una gestora cultural que vive en Madrid.
Playbill tuvo que aplazar el estreno de La loca del Frente, un musical inspirado en la obra de Pedro Lemebel, el escritor chileno de taco alto. Quizá por un asunto generacional han reaccionado en lugar de desmoronarse en este mes sin butacas. Han transmitido obras grabadas y han lanzado un disco en Spotify.
Liberar contenido fideliza, pero no siempre monetiza. De ahí que estén en plena búsqueda de patrocinadores.
Faltando trece días para la inauguración de Trama Interescénica, el encuentro anual que organiza desde hace seis años para celebrar el Día Mundial del Teatro (27 de marzo), Wili Pinto se vio forzado a reprogramar y luego, como tantos, a suspender indefinidamente. Si el año pasado habían recibido a 500 artistas de ramas diversas en Maguey —el fortín teatral que fundó hace 37 años—, esta vez contaban con 800. Y, por si fuera poco, una muralización en dos distritos, y nuevas sedes en la plaza Túpac Amaru y el boulevard de Magdalena. Meses de planificación e inversión hechos polvo.
“La crisis ha aflorado disfuncionalidades con las que hemos convivido históricamente. Así como el sector salud es caótico, la cultura ha estado siempre descuidada”, dice Pinto quien, en aras de la resonancia colectiva, envió un manifiesto a título del Movimiento de Grupos de Teatro Independiente para exigir una reunión virtual con la Ministra de Cultura Sonia Guillén. La moción fue firmada por 68 grupos teatrales de todo el Perú (Kuntur de Huaraz, Expresión de Huancayo, Huerequeque de Lambayeque) a los que se adhirieron 145 compañías e innumerables artistas independientes.
Aunque por ahora solo exista un frío acuse de recibo virtual, el acto emociona. Se trata de escuelas emblemáticas de las tablas como Yuyachkani o Vichama de Villa El Salvador quienes han asumido su papel en esta tragedia, como en otros momentos históricos donde supieron resistir. Digamos que han empuñado su báculo como hermanos mayores.
Se trata pues de movimientos vigentes que continúan formando generaciones. Movimientos partidarios de la diversidad cultural y lejos, muy lejos de la mirada estandarizante de la industria.
La vida sin música sería un error
El domingo 15 de marzo, cuando se dictó la cuarentena, Maycol Paz solo tenía 300 soles en el bolsillo. Trescientos soles, dos hijos, una casa alquilada y la incertidumbre por delante.
A pesar de contar con 31 años en la salsa, un paso por orquestas importantes como Camagüey y La Sensual 990, y un registro superior al promedio, Maycol Paz estaba desnudo.
Paz es un cantante ‘chivero’, como dicen en el argot musical. Canta en donde lo llamen por las horas que sean. A veces hasta por cien soles. De vez en cuando por mucho más. Pero siempre sometido al día a día.
La ‘plaza’ ya no es la de antes, dice. La malearon muchos, tirándose al suelo.
Aunque está inscrito en el Sindicato de Músicos, Compositores y Cantantes del Perú (SIMCCAP), dice no haber recibido ninguna ayuda de ellos. Solo de una asociación liderada por el músico Karlos Paiba, quien repartió bolsas de menestras, arroz y fideos a 150 colegas la semana pasada.
“¿De qué vamos a vivir? Mis hijos tienen que comer. Si todo continúa así, cuando se levante la cuarentena me subiré a los micros o me pondré a lustrar zapatos. Por ahora no puedo vivir de mi nombre ni mi talento. Pero tengo unos buenos pies y unas buenas manos”, dice Paz, un hombre al que, además, se le quemó la casa hace dos años y medio.
Si Paz estuviera afiliado a la Sociedad Nacional de Intérpretes y Ejecutantes (SONIEM) tal vez no estuviera padeciendo tanto. Pero, como muchos de su gremio, les ha perdido la fe a las instituciones.
“La gran mayoría de artistas no está en ninguna organización porque no son inclinados a organizarse ni a conocer sus derechos, y mucho menos sus deberes”, exclama Walter Humala, presidente de SONIEM.
La explicación es más compleja, desde luego. Son muy pocos los directores de las orquestas que se preocupan por registrar los créditos de sus intérpretes y músicos en sus producciones. Los consideran aves de paso. Pero sobre todo consideran que les están arrebatando algo, cuando ese dinero, como dice Humala, estará allí, sin ser cobrado.
Esta sociedad de gestión colectiva realiza un pago anual de regalías cada setiembre. De momento solo han logrado adelantarle las regalías del 2019 (que tendrían que hacerse efectivas en cinco meses todavía) a doscientos de sus 3,500 asociados.
En estos días de angustia, la ira ha teñido los comentarios en las redes sociales de la Asociación Peruana de Autores y Compositores (APDAYC). Aunque como su nombre lo indica, solo velan por los derechos intelectuales de los creadores, gran parte del gremio musical les reclama un bono solidario. Una confusión si tomamos en cuenta que existen otros organismos como la Unión Peruana de Productores Fonográficos (UNIMPRO), encargados de recaudar por el uso de la música grabada.
“La televisión nos ha comunicado que suspenderá sus pagos alegando la ausencia de publicidad. Es un perjuicio enorme. Nuestros ingresos han bajado en un 50% en marzo y en un 75% en abril. ¿Qué será de nosotros en adelante si los radiodifusores no cumplen con sus obligaciones?”, cuestiona Guillermo Bracamonte, director de UNIMPRO.
Sin discotecas ni bares ni peñas ni restaurantes, el único dinero que asoma es el de las radios y la televisión. El ingreso presupuestado para el 2020 era cercano a los 2 millones de soles mensuales. Hoy hacer cálculos duele.
Si lo sabrá Rubén Ugarteche, director general de la APDAYC, institución que vio mermada su recaudación desde antes del confinamiento, cuando se prohibieron las reuniones de 300 personas. Y si hablamos de los megaconciertos, peor. Solo por Una noche de salsa 11, en el estadio Nacional, dejaron de percibir 350 mil soles. El balance en marzo, con la primera quincena diezmada, supuso 4 millones menos de lo previsto y 65% menos en relación a marzo del 2019.
Aun así, han repartido bonos entre 200, 340 y 700 soles y adelantado pensiones a sus asociados, conforme a sus categorías y, por tanto, a sus derechos. “Hemos entregado el bono a casi mil autores independientemente de sus regalías. Pero tenemos un tope de ayuda”, dice Ugarteche, uno de los doce abogados que pertenecen a la comisión jurídica de la CISAC, la FIFA de la música.
APDAYC, además, ha enviado propuestas al Presidente de La República y a la Ministra de Cultura. Plantean tres cuestiones principalmente: que el porcentaje de consumo de música local se eleve de 10% a 50% en las radios, que se modifique la Ley de Derechos de Autor por la que solo pueden gastar hasta un 30% en gastos de administración y un 10% en gastos de apoyo social a sus miembros, y que se exonere del impuesto a la renta las regalías de los compositores por dos años.
Así está la cosa. Se avecina un mundo sin arte en vivo y en directo. Un mundo difícil. Pero, como vemos, sobran ímpetu para resistir. Fueron los primeros en parar y serán los últimos en volver.