Siete décadas de amor al PerúLos docentes de la Escuela Nacional Superior de Folklore "José María Arguedas" han enseñado a varias generaciones de peruanos a conocer y a amar la música y las danzas del Perú profundo. Ellos son la memoria de la cultura viva de la patria.,Durante 15 años, la profesora Tania Anaya Figueroa ha tenido el mejor trabajo del mundo. Como docente de Investigación de la Escuela Nacional de Folklore "José María Arguedas", cada semestre se llevaba a un grupo diferente de estudiantes a alguna provincia del interior del país. ¿El objetivo? Buscar fiestas patronales. Conocer su música, sus danzas, sus comidas, sus trajes... –¿Quién se va a trabajar a una fiesta, a un pasacalle?– dice, con una sonrisa –¡Nuestro trabajo es nuestro hobby! Lo mejor era verles la cara a los chicos cuando contemplaban por primera vez una de las danzas sobre las que habían leído en sus libros de texto. O cuando encontraban alguna que jamás habían visto. Le pasó en la fiesta de la Virgen del Carmen, por ejemplo. –¡Profesora, hay tantas danzas que ya me perdí!– le decían sus alumnos, recién llegados a Paucartambo, y ella se reía y los mandaba a elegir, de una vez, la que más les gustaba, estudiar a sus protagonistas, tomar apuntes, entrevistarlos, fotografiarlos y grabarlos en video. Siempre con mucho respeto, cuidando de no involucrarse, ya que ellos estaban allí solo como observadores. Algunos no pudieron quedarse en ese papel. Una noche, la profesora descubrió en la comparsa de los Wayri Ch'unchu a Daniel, uno de sus alumnos. El chico le explicó que el bailarín que hacía de ukuku les había fallado. ¿Podía bailar con ellos el resto de la fiesta? Los danzantes también se lo pidieron. Anaya accedió. Al día siguiente fue Sergio el que quiso unirse. Lo curioso fue que era un chico de ciudad que solo bailaba marinera limeña. Jamás había estado en los Andes. Pero la fiesta de la Virgen del Carmen y los Wayri Ch'unchu lo habían deslumbrado. Había encontrado un país desconocido y fascinante. Al final, en ese viaje, cinco alumnos de la Escuela se unieron a la comparsa. Tres años después, siguen viajando puntualmente a Paucartambo. La fascinación que encontraron en este rincón de la patria no los ha abandonado. Y su profesora no puede estar más feliz por ellos. Embajadores peruanos La Escuela Nacional de Folklore lleva siete décadas enseñando a los jóvenes peruanos a conocer y a amar la cultura viva de nuestra patria. En sus aulas se educan los hombres y mujeres que dedicarán el resto de sus vidas a difundir la música y las danzas de estas tierras. Lo harán como profesores, en colegios, universidades, centros culturales e instituciones de todo tipo. Y como artistas profesionales, llevando su arte a escenarios de todo el mundo. Tania Anaya, quien hoy se desempeña como directora general, explica que aproximadamente el 65% de los egresados se dedica a la docencia y el 35% a la actividad artística. –Nuestro problema de deserción no se da por bajo rendimiento sino porque los chicos empiezan a trabajar. Hay mucha demanda. Hemos hecho que salgan de vacaciones a inicios de julio y regresen en la quincena de agosto porque en estas fechas hay mucho trabajo. Muchos grupos de danza y música se van a Europa, donde es temporada alta y hay muchos contratos– explica. Es fácil imaginar a estos jóvenes artistas avivando la nostalgia de las colonias peruanas en las Fiestas Patrias que se viven fuera, despertando con valses, huaynos y festejos los recuerdos de un país que nunca se dejó del todo. A su modo, son tan embajadores de la Marca Perú como los oficiales. Sin su fama pero con la misma identidad. Maestros cultores El histórico legado de la Escuela no sería posible sin la presencia de los maestros cultores. Gente como Abelardo Vásquez, Jaime Guardia, Raúl García Zárate y Eusebio Siri 'Pititi', que no necesitaron de credenciales académicas para enseñar porque tenían el conocimiento que concede la experiencia. Nadie como el maestro Abelardo para dictar cómo se bailaba un alcatraz o un landó; ni como García Zárate para transmitir la sensibilidad precisa para hacer cantar a la guitarra ayacuchana. En la actualidad hay dos maestros cultores: Francisco Palacios, eximio conocedor de las danzas andinas; y Teobaldo Carrillo, figura señera de la música afroperuana. Carrillo dice que disfruta enseñar porque quiere preservar la pureza de la danza negra. Mira con escepticismo las fusiones que mezclan el género con expresiones modernas. –Lo que no me gusta es que se distorsionen– dice. – Pueden hacer figuras, pero se tienen que respetar los pasos. Cada vez que las autoridades de la Escuela descubren en alguna ciudad del interior a un profesor que conoce canciones o danzas que ellos no están enseñando, lo invitan a que dicte un curso, en calidad de maestro cultor. De esa manera, el currículo se revitaliza constantemente. Hace dos años, una docente descubrió a un maestro del distrito de Huamachuco, en La Libertad. En el semestre que estuvo en la Escuela pudo enseñar danzas como Los Canasteros, Los Indios Fieles y versiones del huayno y la contradanza que nadie conocía. A veces, son los alumnos quienes llevan danzas nuevas, como Reimond y Jesús, dos chicos de la Amazonía que trajeron un repertorio al que era muy difícil acceder por la falta de vías de comunicación. Con el conocimiento aportado por los maestros cultores, con las investigaciones que hacen todos los años docentes y estudiantes, la Escuela Nacional de Folklore va construyendo un importante registro de las expresiones culturales de nuestra patria. Con el tiempo, se va convirtiendo en la memoria de nuestra cultura viva. Tania Anaya cuenta que muchos de los informes que los maestros escriben no se podrían publicar porque no tienen bibliografía. –Cuando le decimos "profe, ¿y la bibliografía?" nos dicen "¿Cómo voy a poner bibliografía? Si es mi experiencia, lo que me contó fulanito, lo que me contó sutanito y lo que yo vi". Abrir las mentes Estudiar en la Escuela, dicen los docentes, les abre la mente a muchos jóvenes. Idelindo Mamani, profesor de música tradicional, recuerda a más de un estudiante que llegó solo queriendo tocar la guitarra y que se sorprendió cuando Mamani les puso en las manos instrumentos como la Tarka, las Roncadoras o el Pinkullo. Teobaldo Carrillo habla de las chicas que adoraban bailar música negra pero que sufrían cuando tenían que aprender a tocar el cajón. Lloraban, las manos les sangraban, pero el resultado, al final, valía la pena el esfuerzo. Todo el conocimiento aprendido en las aulas se puede admirar en las presentaciones que la Escuela realiza a través del Conjunto Nacional de Folklore. Propuestas artísticas que buscan retratar distintos aspectos de la peruanidad, como las de Color y Memoria, Entre calles y callejones y Tierra de ícaros. Junto a la formación y la investigación, este es el tercer aporte fundamental de la escuela: la creación y difusión de una obra propia. Una obra para conocer y amar la cultura nacional. (O.M.)