Más que una exposición, es una puerta a la Amazonia la que el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado abrió el martes pasado en el museo de la Filarmónica de París, una muestra inmersiva y musical que pretende despertar conciencias sobre la urgencia de proteger el pulmón del mundo.
A sus 77 años, Salgado llegó a la Filarmónica del brazo de la curadora, editora y ambientalista Lélia Wanick-Salgado, su mujer, que ha realizado la escenografía y el hilo conceptual del que promete ser uno de los grandes eventos culturales de la esperada reapertura de museos en París este miércoles: “Salgado-Amazônia”.
“Lélia quería que la gente se sintiera perdida en la selva y que escuchase los testimonios de los indígenas. Queremos que la gente que venga tenga otra conciencia de la Amazonia cuando salga”, explicó Salgado en declaraciones a EFE.
El proyecto reúne unas 200 imágenes en blanco y negro realizadas a lo largo de 48 viajes al corazón de la selva, objeto de admiración y temor a partes iguales.
Sus 5,5 millones de kilómetros cuadrados, el equivalente a ocho veces la superficie de Francia, se han tragado a muchos de los que, a menudo con malas intenciones −tal vez en busca del mítico el Dorado− se adentraban en ella.
Otros han conseguido hacer un daño irreparable: la deforestación y la implantación de terrenos agrícolas han propiciado la desaparición del 17,25 % de su superficie entre 1988 y 2019. Pero hay quienes, como Salgado, han hecho de su contacto con la Amazonia un peregrinaje sagrado, que ahora comparte con el resto del mundo para agitar conciencias y evitar un daño mayor.
“La Amazonia es indescriptible. Estar con los indígenas es como estar en contacto con el principio de la humanidad, con nuestra prehistoria. Tenemos suerte de poder tener contacto con ellos y por eso hay que protegerlos”, afirmó Salgado en un encuentro con la prensa.
Salgado compartió anécdotas sobre su relación con las comunidades indígenas que ha visitado y que viven en un 2 % de la Amazonia.
Según contó, siempre que ha ido a fotografiarlos ha sido gracias a la mediación de asociaciones e invitado por ellos, que fijan la fecha y lo acogen con curiosidad y preguntas sobre “su mundo”.
“Uno llega allí desde una de las ciudades más privilegiadas del mundo pensando que aquella gente no sabe nada y resulta que lo saben todo, que eres tú el que no tiene ni idea de nada. Nosotros llevamos 500 años en América, ellos llevan 20.000”, recalcó.
Los retratos de comunidades como la ashaninka, korubo, los indios de zuruahã o marubo representan la mitad de la muestra. Imágenes intimistas en las que quedan también retratados como cazadores, héroes, en definitiva, como el alma de esta selva.
Concebida como una experiencia de inmersión gracias a la instalación de perspectivas ideada por Léila Wanick-Salgado y a la música del compositor francés Jean-Michel Jarre.
“No queríamos caer en la música ambiente ni en un discurso técnico. La selva es muy ruidosa y todos sus sonidos son independientes, es lo contrario a una orquesta”, explicó Jarre a propósito de la música.
En un llamamiento explícito a los consumidores, el fotógrafo definió como “depredador” al Gobierno del presidente brasileño, Jair Bolsonaro, pero recordó que la deforestación de la Amazonia empezó hace 40 años con la exportación masiva de madera, carne, soja y otros productos a Europa.
“Nos falta honestidad planetaria, tener un deseo real de proteger este espacio y no comercializar con los productos de zonas deforestadas”, subrayó.
Sebastiao Salgado