Durante siglos, los ciudadanos de Arica, una ciudad portuaria de Chile, vivieron encima de las momias más antiguas del mundo sin ni siquiera saberlo. Para ellos, habían sido obstáculos en las construcciones y tesoros sin valor en las excursiones. “A veces los vecinos nos cuentan historias de cómo los niños usaban las calaveras para hacer balones de fútbol y les quitaban la ropa a las momias”, comenta la arqueóloga Janinna Campos Fuentes ante la BBC.
Este histórico cementerio es tan extenso que los arqueólogos siempre están presentes en cualquier obra de construcción para evitar que los vestigios humanos sean maltratados, traficados o, peor aún, no sean reportados ante las autoridades.
Se trata de las momias de la cultura Chinchorro, una población que se asentó en litoral del desierto de Atacama, entre Ilo (en Perú) y Antofagasta (en el extremo de Chile), según la Universidad de Tarapacá, la institución líder en investigar y preservar esta civilización.
Los asentamientos de la cultura Chinchorro fueron catalogados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Foto: Carlos Chow / Centro Gestión Chinchorro / AFP
Los primeros cuerpos momificados fueron descubiertos en 1917, cerca de la playa Chinchorro. Dos años después, el arqueólogo alemán Max Uhle señaló que todos los restos —más de 200 momias hasta la fecha— pertenecieron a pobladores de una antigua cultura que llevó el nombre del lugar.
Sin embargo, recién en 1983, con el método del carbono 14, se pudo conocer su datación aproximada. La fecha sorprendió a todos los arqueólogos: siete mil años de antigüedad, es decir, dos mil años más remotas que las momias egipcias, las más famosas en el mundo.
¿Quiénes fueron estos antiguos pobladores y cómo pudieron anteceder a una de las grandes culturas de la historia?
Aunque los ‘chinchorros’ fueron un grupo de cazadores y recolectores marinos beneficiados por los efectos de la corriente de Humboldt, han trascendido en la historia por ser los primeros en las prácticas de momificación. El culto a la muerte y los antepasados fue incluso mayor que la elaboración de cerámicas.
Su técnica y enfoque de momificación fue radicalmente distinta al de los egipcios. Mientras estos últimos utilizaron aceite y vendas para conservar los cuerpos de la nobleza, a quienes se les adoraba incluso después de la muerte; la cultura chinchorro momificó a todos sin distinción de su estatus: hombre, mujeres, niños, bebés e incluso fetos.
El proceso consistía en extraer todos los órganos y sustituirlos con fibras naturales (vegetales, plumas, trozos de cuero, lana, etc.) y palos para mantener recto el cadáver. También intervenían la piel del rostro y el cráneo para sacarle el cerebro.
“La cultura chinchorro consideraba a sus momias como parte del mundo de los vivos, lo que explica que les dejaran los ojos y la boca abiertos, y que usaran camillas, hechas de fibra vegetal o de pieles de animales para transportarlas. Después de un tiempo, eran enterradas de forma colectiva”, informaron los investigadores de la Universidad de Tarapacá a la BBC.
Fetos de habitantes pertenecientes a la cultura de Chinchorro. Foto: Mariana Eliano
En los últimos años de la primitiva cultura, la momificación intencionada fue menor y los cuerpos se volvieron a enterrar en el desierto, dejando que la naturaleza se encargue de preservarlos.
En 2021, la Unesco incluyó este sitio arqueológico en la Lista de Patrimonio Mundial. Desde entonces, una pequeña parte de las momias descubiertas hasta la fecha se encuentran en exhibición, mientras que la mayoría están alojadas en el Museo Arqueológico San Miguel de Azapa.