La corrupción no es sólo un abuso, se ha vuelto el uso corriente y “normal”.,Tres extremos del paisaje actual: Primero: El Presidente de la República, Jefe del Estado, ha cuestionado la colaboración eficaz que promueven el Ministerio Público y el Poder Judicial, hoy por hoy, llaneros casi solitarios en la lucha contra la corrupción. Transparencia ha expresado su preocupación y extrañeza. Segundo: Se ha confirmado que en las campañas electorales ingresan dineros no supervisados por la ONPE ni por nadie, porque no pasan a través de las contabilidades partidarias. O sea que los esfuerzos destinados a regular el financiamiento electoral sólo alcanzan a una parte de dicho financiamiento. Otra parte, muy importante, corre por vías no partidarias y no controladas. Tercero: ante las declaraciones de Barata el grueso de los partidos y dirigentes políticos han jugado el Gran Bonetón. Qué curioso suena proclamar que “estos partidos” son la garantía de la democracia. Frente a ello, hay que reivindicar, con el Papa Francisco, la actividad política como ejercicio y deber de solidaridad. La corrupción no es sólo un abuso, se ha vuelto el uso corriente y “normal”. No es excepción ni ave rara, Se alimenta de una cultura política encallecida por el mercantilismo que a todo y a todos les pone precio. Por eso, el mensaje del Papa Francisco en el Perú agarró carme e imantó multitudes. Afirmar que la corrupción ha ha existido siempre no es excusa para soslayar su gravedad y, con tal expediente, facilitar que todo siga tal cual. Para que no se crea que todos son iguales y para que no se siga culpando indiscriminadamente, hay que recordar a José Luis Bustamante y Rivero, Fernando Belaúnde Terry, Alfonso Barrantes Lingán, y tantos otros políticos honestos, que deben estar revolcándose de indignación en sus tumbas. Ellos demuestran que en el Perú no todo es sucio. Aquí, como en todo el mundo, los ideales también existen. Tres conmemoraciones del año en curso lo demuestran: Primera: Hace cincuenta años de mayo del 68: la rebelión estudiantil de los estudiantes de París, y también de Berkeley, de México, de Varsovia y tantas partes. Así lo testimonia Dany Cohn Bendit, autodefinido como “anticomunista virulento”, “Dany el Rojo” en el mayo del 68 francés, “Dany, el Verde” como erurodiputado, en su libro, no traducido al español, “Nous l’avons tant aimée, la révolution”. Sus testimonios no son, como él mismo lo dice, “ni canto de gloria ni canto fúnebre”. Esta generación no hizo la revolución, pero creó democracia, en todas partes. Segunda: Hace cien años de la Revolución Rusa y del fin de la Gran Guerra. Pero también de la Reforma Universitaria de Córdoba, con Gabriel del Mazo y Alfredo Palacios, quien vino a Lima para activar la primera reforma universitaria peruana. La Reforma procuraba el cogobierno, la libertad de cátedra, y, sobre todo, el compromiso de la universidad con el pueblo. De la Reforma Universitaria aprendimos que, como pregona Rolando Ames, había que estudiar para cambiar el mundo, no sólo para ubicarse en él. Expresión que coincide con la invitación de Carlos García Bedoya a los jóvenes diplomáticos: cambiar el mundo, no sólo situarse en él. Tercera: Son casi doscientos años de la independencia del Perú y de la América Latina continental. Cuando se descuartizó a Túpac Amaru y se prohibió leer al Inca Garcilaso, se creyó que todo había terminado. Pero vinieron Francisco José de Zela, los Pallardelli, los hermanos Angulo y Pumacahua; y en todas las colonias españolas el movimiento independentista que culminó en el Perú, en 1821 y 1824. La historia nos autoriza, entonces, a pensar que habrá, más temprano que tarde, una verdadera restauración democrática. A ella hay que apostar. A los jóvenes y, sobre todo, a las jóvenes, les toca echarse a andar para que “no brote pus donde se ponga el dedo”.