El anuncio de que la bancada de Fuerza Popular aprobó por unanimidad abrir proceso disciplinario al bloque de Kenji Fujimori “por trasgredir el reglamento del grupo parlamentario”, es decir, por no votar a favor de la vacancia de PPK, es una muestra más que la división del fujimorismo recién empieza y que tiene para rato. Sin embargo, no es la única. A ella se suman las expulsiones de Javier Barreda y Abel Salinas del partido aprista por integrar el nuevo gabinete, el primero en Trabajo y el segundo en Salud, así como las anteriores renuncias de Gino Costa, Alberto de Belaúnde y Vicente Zevallos a la bancada de Peruanos Por el Kambio, por el ilegal indulto a Alberto Fujimori. Queda claro, entonces, que estamos asistiendo a un cambio de escenario que implicará el reacomodo de todos los actores políticos y que ese reacomodo guarda relación con cómo cada uno de ellos se prepara para enfrentar una crisis que a estas alturas parece indetenible. Por ello la manera cómo se resolverá esta crisis determinará no solo el futuro escenario sino también la suerte y fortaleza de cada uno de los actores políticos. Y es que no estamos frente a una crisis como aquellas que aparecen cada cierto tiempo, sino más bien frente a un momento excepcional que no solo tiene que ver con la ineptitud y la falta de ideas de un gobierno débil y de derecha, sino también con el agotamiento de un Estado proempresarial y lobista, manejado por una tecnocracia neoliberal, que nació con el golpe de Estado del cinco de abril de 1992. Por eso no es extraño que la crisis de ese Estado coincida con la división del propio fujimorismo y con una derecha desorientada e incapaz de resolverla. Su expresión es este último gabinete hecho de retazos y de ministros de segunda línea que en lugar de provocar adhesiones ha aumentado el desconcierto y el rechazo, profundizando la crisis y la polarización en el país. Es cierto que detrás (o acaso en primera línea) de este proceso está también esa suerte de fantasma llamado Lava Jato que echa, como se dice, más gasolina al fuego, al involucrar a la mayoría de la clase política, empresarios, ministros, presidentes y funcionarios públicos, provocando una crisis de representación que no sabemos hasta dónde llegará. Es esta crisis de representación la que ha llevado, por ejemplo, a tres grupos de izquierda (Juntos por el Perú, Nuevo Perú y Confluencia Libertaria), acostumbrados a marchar por separado, a emitir un comunicado conjunto hace unos días en el cual plantean la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski y la necesidad de nuevas elecciones generales. Es también la misma crisis la que ha determinado que un sector del fujimorismo no solo tome distancia del ilegal indulto y del propio Alberto Fujimori, sino que también ratifique su adhesión militante a Keiko Fujimori. Un ejemplo de ello es lo que ha dicho la congresista Úrsula Letona: “Keiko Fujimori es el presente y el futuro de Fuerza Popular”. Se abre así la posibilidad de un partido neofujimorista en el cual no están ni estarán presentes Alberto ni Kenji Fujimori. Dicho con otras palabras, estaríamos ante el nacimiento de un partido de ultraderecha y conservador de corte plebeyo, una suerte de “populismo de derecha”, distinto al caudillismo antipartido de Alberto Fujimori. Por eso creo que si bien es el momento de la protesta ciudadana es también y, sobre todo, el momento de la creación de nuevas representaciones políticas. Lo primero sin lo segundo es caer en un “espontaneísmo” sin futuro. Las crisis profundas, como la actual, se resuelven o se comienzan a resolver cuando aparecen nuevas representaciones capaces de poner orden en medio del caos y de cambiar las reglas de la política. Ello significa, por ejemplo, darle sentido y representación a un “antifujimorismo” que, si bien tiene capacidad de vetar política y electoralmente, es decir de impedir que el fujimorismo llegue al gobierno, como ha sucedido en estos últimos años, no tiene esa misma capacidad para generar una alternativa que resuelva la crisis de representación. Hoy la crisis abre la posibilidad de construir nuevas representaciones. Esa posibilidad, está ahí, como una suerte de “significante vacío”, como diría Ernesto Laclau, que requiere ser escrito para hacerlo entendible. Sin embargo, su sentido y dirección es aún una incógnita. Es la hora de la política.