Desde hace varios años el Fujimorismo viene haciendo lo que hacen los partidos en países con grupos políticos más sólidos: esfuerzos de fortalecimiento partidario en tiempo no electoral. Considero que ello constituye un cambio de juego que debería llevar a revisar las estrategias de quienes aspiran a gobernar el 2021. La política post-transición ha visto pocos esfuerzos por construir partidos, en parte por la debilidad y desprestigio de organizaciones que tienen poco que ofrecer (no pueden), pero también porque los líderes de partidos en su mayoría personalistas veían como contraproducente o innecesario para sus intereses este esfuerzo (no intentan). Los rasgos más saltantes de esta forma de hacer política son el desinterés de los presidentes por reforzar sus “partidos” y que los candidatos que buscan la presidencia solo hagan política en tiempo de elecciones nacionales, desatendiéndose de las elecciones locales e incluso de la política cotidiana. Los últimos presidentes no se preocuparon por la construcción partidaria. En vez de promover a potenciales candidatos que puedan sucederlos y darle algún éxito a sus partidos cuando dejen el gobierno, optaron por el personalismo. Preferían asegurar su posición dominante en el partido para su siguiente elección que intentar darle vida propia. Asimismo, los voceados como candidatos presidenciales parecen más interesados en pasar desapercibidos en tiempos no electorales que en hacer política. Seguro aconsejados por asesores de imagen que intuyen los costos de un escándalo o el fracaso en elecciones locales, intentan llegar con fuerza a la campaña presidencial sin atraer atención antes de tiempo. Alguna alianza regional, una apuesta provincial, pero poco más. Esta forma de hacer política ha sido discutida en diversos trabajos académicos que resaltan cómo la debilidad partidaria se vuelve a su vez en un incentivo para apostar por el corto plazo y no construir organización: no necesito un partido para ganar pues nadie lo tiene, e incluso me traería problemas, entonces no invierto en construirlo. Un círculo vicioso que reduce la posibilidad de reconstruir partidos. Como en toda historia, hay excepciones. APP sí ha invertido y obtenido relativo éxito en elecciones locales, en buena parte gracias a sus recursos materiales. Y claro, el Fujimorismo que desde el 2010 aproximadamente apostó por participar en política local. Pero en general lo que impera es esta suerte de desinterés, donde los políticos con posibilidad de ganar la presidencia desaparecen en tiempo no electoral. Pues bien, el éxito Fujimorista en la elección del Congreso del año pasado hace que estos cálculos pragmáticos deban ser revisados. Ahora sí hay un costo por la inacción. El trabajo de atraer y promover candidatos en las elecciones locales del 2014 sirvió al fujimorismo para consolidar sus futuras candidaturas del Congreso y lograr una mejor base de apoyo logístico territorial. Ayudó el capital político de su candidata, pero no hay que minimizar que ella decidiera invertirlo en el espacio local. También ayudaron, claro, recursos de procedencia dudosa como los del investigado Joaquín Ramírez y alianzas regionales cuestionables. Pero como sea, la apuesta es parte de la razón por la que hoy cuentan con abundantes curules. Vemos que el fujimorismo también está apostando fuerte por las elecciones del próximo año. No solo buscando candidatos, sino promoviendo cambios en reglas electorales que seguro ya tienen nombre propio (no es ya necesario domiciliar en una localidad para postular en ella, por ejemplo). De tener mayor éxito que en la elección pasada, se abre una mejor base desde donde construir su 2021. Quienes aspiren a gobernar el 2021 deberían evaluar que su silencio fuera de tiempo de elecciones ahora sí tiene un mayor costo. No participar implica ceder terreno a un rival que tiene en el Congreso una fortaleza que puede mantener incluso perdiendo la presidencia ese año. No es fácil, tiene costos, pero parece bastante claro que la próxima presidencial se juega desde el 2018.