Desde que en 1915 se permite el ejercicio libre de todos los cultos, el número de peruanos de origen católico que se ha convertido a otra práctica religiosa ha crecido. Las iglesias cristianas, no católicas, son comunidades pequeñas, muy acogedoras y se involucran directamente con las necesidades de sus miembros. Esto las ha hecho muy populares. Al principio, cuando se abrieron las fronteras peruanas a otros cultos, fue la inmigración inglesa, norteamericana y europea la que mantuvo sus prácticas. Anglicanos, luteranos, bautistas, metodistas, adventistas –es decir, lo que los peruanos llamamos “protestantes”– levantaron sus templos. Una segunda ola de misiones vino a Latinoamérica en los sesentas con el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) y a esta se sumaron otras olas de evangelización urbana –puerta a puerta– como la de los mormones. Hasta los ochenta, la participación política de estos grupos religiosos pasó desapercibida, salvo cuando fueron asesinados como mártires por Sendero Luminoso en los Andes peruanos. Emergen en 1990 como aliados de Alberto Fujimori, aunque fueron rápidamente traicionados. Desde ahí, no han dejado de tener presencia en cada elección popular al Congreso. La mayoría de cristianos no católicos tiene reputación de ser gente muy honrada y trabajadora. Abstemios, puntuales, cumplidos, se han ganado el aprecio de sus jefes como buenos elementos en un equipo. De todos los grupos de cristianos no católicos, hoy los evangélicos son los más notorios. Tienen una creciente capacidad de presión política y cada pastor actúa con total autonomía fundando su propia comunidad religiosa. No teniendo un líder como el Papa o un Estado como el Vaticano, el Estado peruano no puede relacionarse con ellos desde el marco de un tratado. Por otro lado, el nivel de fiscalización sobre sus bienes y rentas es deficiente desde la tarea que le compete al Estado peruano. Los casos de pastores vinculados al lavado de activos y actividades criminales recién comienzan a aparecer, como lo hicieron con frecuencia en los Estados Unidos de Norteamérica en el pasado. Su capacidad de lobby es importante. En el censo pidieron una pregunta que distinga a los evangélicos de las demás iglesias cristianas, buscando un conteo segregado que les permita mostrar su fuerza y capacidad de movilización. Lamentablemente, es una minoría radical la que parece ocupar todos los puestos públicos de elección popular. Una minoría formada en la interpretación literal de la Biblia, no como un libro de fe, sino como un libro de ciencia aplicada a nuestros días. ¿Disparate? Para los católicos, sí. Mas no para estos grupos. Poder, ignorancia y fanatismo religioso son un combo explosivo. Un culto privado no ofende a nadie, pero pretender imponer –desde el poder otorgado por el pueblo– una visión totalitaria, donde no hay pensamiento crítico, es algo muy peligroso para la sociedad. Esta conducta es incompatible con la democracia. Lo curioso es que el Estado peruano se convierte en laico, justamente para que todos los cultos convivan. El beneficio de no ser un Estado confesional, que hace 100 años abrió la puerta a todos, se convierte en la ventana por donde un grupo minoritario y radical pretende imponer su visión a través de legislación aplicable a todos los peruanos. La congresista Nelly Cuadros y sus disparates sobre los 150 géneros y el matrimonio con la computadora no nacen de la nada. Nacen con otros, como ella, con una paupérrima formación bíblica sobre la que se ha construido un edificio de prejuicios afirmados en el más absoluto negacionismo y demonización de ciertas palabras “mágicas” como género. El fenómeno no es exclusivamente peruano. En el libro Más allá del arco iris, el congresista Alberto de Belaunde entrevista a políticos LGTB en toda Latinoamérica que expresan lo mismo. Un activismo evangélico destinado a invisibilizar los derechos de comunidades marginadas. El derecho canónigo vigente prohíbe a religiosos, religiosas y sacerdotes católicos participar activamente en política. No verán uno en el Congreso. La posición de la Iglesia Católica –que se expresa a través de la Conferencia Episcopal– es un insumo más de la legislación, cuando raramente se pide su opinión. Se escucha, pero finalmente los obispos no votan en el Congreso. Los pastores evangélicos, sí. Han llegado a conformar una informal “bancada evangélica” integrada mayoritariamente por congresistas de Fuerza Popular pero no solo por ellos. Son 15 evangélicos que votan en su calidad de tales, antes que de ciudadanos peruanos. Y son los responsables de insultos disparatados –y nada cristianos– como decir que “PPK va a homosexualizar a tus hijos”. Los congresistas católicos, que son mayoría, no votan en calidad de católicos. Su fe, en la vida pública, es casi irrelevante porque lo que se busca es el bien común, no la promoción de un culto. Lo nuevo es que a su persecución a la comunidad LGTB, ahora se suma el negacionismo sobre la violencia a la mujer. La bancada evangélica derogó el decreto legislativo que eliminaba beneficios penitenciarios a violadores porque el título llevaba la palabra género (¿hombres, homosexuales o transexuales no pueden ser violados? ¿No?) y solo por la insistencia de la congresista Indira Huilca, tres meses después se pudo aprobar. ¿Para tanto daño da la ignorancia y el fanatismo? El pasivo que dejará la bancada evangélica, el grave daño a los derechos fundamentales, será parte de la herencia con la que Keiko Fujimori enfrentará las elecciones del 2021. Aunque se proclame católica, ha hecho un pacto con un grupo con agenda propia.