En medio de la huelga del magisterio y de la caída de la aprobación presidencial, que llegó a un poco menos del 20%, se publicó una noticia que pasó lamentablemente desapercibida. Según una encuesta nacional, urbano-rural, de la agencia IPSOS, un 62% de los peruanos encuestados respondieron que se irían del país si pudieran emigrar. Lampadia (01/09/17) ha publicado un gráfico, sobre la base de las encuestas año por año de IPSOS (1992-2017), que muestra la secuencia de lo que podemos llamar el impulso a la emigración, es decir, de buscar nuevos horizontes en el extranjero. Según este gráfico, el porcentaje de aquellos que quieren emigrar este año es similar al del año 2002 que fue el inició de la gran emigración que se vivió en la década pasada. Para que se tenga una idea, el promedio de peruanos que en la década de los noventa se fueron del país, según datos oficiales del INEI (*), fue de casi 50 mil personas cada año. Esa cifra, en el 2002 subió a 79 mil, en el 2006 llegaría a 214 mil, en el 2009 a 247 mil, cifra más alta desde 1990. En esta década la emigración ha bajado, sin embargo, sigue siendo alta si la comparamos con la década de los noventa. En los años 2014 y 2015 se fueron del país, cada año, un poco más de 160 mil peruanos (INEI-OIM). Según también el INEI en los últimos 25 años más de dos millones setecientos mil peruanos se fueron del país. Isabel Berganza, directora de la Escuela de Derecho de la Universidad Ruiz de Montoya y coautora del libro Migrantes peruanos en Canadá, Chile y España en base a entrevistas a peruanos que residen en esos países, nos dice que hay dos datos importantes: el primero, que los peruanos que se quedan en esos países lo hacen porque encuentran mejores servicios (salud y educación) y mejores condiciones de vida; el segundo, que cuando cuentan cómo viven en esos países a sus familiares que no emigraron, estos le responden que más bien que su situación en el país no va a cambiar. Es decir, que no tienen ninguna expectativa de que el Perú pueda cambiar. El historiador inglés Eric Hobsbawm tiene una frase que dice que también se protesta con los pies. Es decir, abandonado el lugar donde uno vive. Es cierto que la emigración es una protesta silenciosa, pero es también una protesta radical. Tan radical que el individuo decide no solo dejar su país sino también en la gran mayoría de los casos a su propia familia. Por eso no es extraño, según datos del INEI que las remesas que envían los peruanos que viven en el extranjero a sus familiares -y que ascienden a más de 2,700 millones de dólares por año– se emplean principalmente en salud y educación, es decir en rubros que deberían estar garantizados por el Estado. Según SUSALUD, el gasto de familias en servicios de salud privados crecerá a más de 4,100 millones este año (Gestión: 28/08/17). Hoy la salud, al igual que la educación, son asuntos que se enfrentan crecientemente de manera privado. Se podría decir que los peruanos migran, además, y ahí están los datos del INEI para corroborarlo, porque no encuentran un buen trabajo, estable y con un salario adecuado. En una economía como la nuestra en que el 70% es informal, es prácticamente imposible, como lo demostró la tragedia de la galería Las Malvinas, encontrar un empleo digno que le permita al individuo un mínimo de certeza sobre su futuro. Vivimos en un país, desigual, con escasas oportunidades y en el cual la movilidad social es, acaso, una quimera. Hoy la migración o la movilidad humana, es un tema del siglo XXI. Define elecciones, comportamientos de la sociedad y es fuente, incluso, para el incremente de la xenofobia y la amenaza del fascismo. La reciente eliminación del llamado DAC en EEUU, que protegía a los llamados “dreamers” de las deportaciones, es decir, a aquellos inmigrantes que llegaron ilegalmente a Estados Unidos cuando eran niños y eran protegidos por un programa impulsado por el ex presidente Obama, y paralelamente el crecimiento de los grupos de extrema derecha en los países centrales, son signos de lo que se viene en el futuro. Es decir, individuos que no encuentran un futuro digno ni en su país ni tampoco donde migran. (*) INEI: Migración Internacional, 1990-2011 Lima, octubre 2013.