La revista National Geographic ha sacado un número dedicado a elucidar el porqué de las mentiras. Al igual que el dedicado al Género (ya se sabe que es una publicación de rojetes, terrucos y caviares), éste resulta apasionante. “Comparado con otros modos de obtener poder, mentir es muy fácil. Es mucho más fácil mentir para conseguir el dinero o la riqueza de alguien que pegarle en la cabeza o robar un banco”, afirma Sissela Bok, profesora de ética en Harvard. En un experimento realizado con niños, en el cual era preciso adivinar qué juguete se encontraba escondido bajo una tela (el experimentador salía unos momentos de la habitación y una cámara registraba los movimientos de los niños), una chica de 5 años miró y cuando volvió el experimentador lo negó. Luego pidió tocarlo bajo la tela y “adivinó” que era el dinosaurio Barney. Y explicó: “se siente morado”. A esto se le conoce como la teoría de la mente y es “la facilidad que adquirimos para entender las creencias, intenciones y conocimientos de los demás.” (Yudhijit Bhattacharjee, autor del artículo central). La mayoría de nosotros miente, con mayor o menor frecuencia. Quienes lo hacen con mayor asiduidad, como estafadores o muchos políticos, se van habituando al estrés que esto genera. Una vez reducida la incomodidad emocional, comenta Tali Sharot del University College de Londres, se facilita la mentira siguiente. En términos psicopatológicos no hay consenso acerca de este síntoma. Se puede afirmar, sin embargo, que los trastornos antisociales de la personalidad suelen decir mentiras manipuladoras. En cambio los narcisistas lo hacen para reforzar su imagen. En el Perú las mentiras más célebres son las de los políticos, por su visibilidad y efecto en nuestras vidas (aunque no se puede olvidar a la pirámide CLAE de Carlos Manrique, nuestro Bernie Madoff). Desde “¡Soy inocente!” hasta “La plata llega sola”. Pasando por “La verdad no es mi letra” hasta “No se cayó, se desplomó”. Con el crecimiento exponencial de las redes sociales, la mentira está mutando. Surgen entonces los hechos alternativos y la posverdad. El texto demuestra que “somos especialmente propensos a aceptar mentiras que confirman nuestra visión del mundo”. Un grupo de 2.000 personas a las que se les pidió comentar la afirmación de Trump acerca de la relación entre las vacunas y el autismo, aceptaron la falsedad de este hecho cuando se les mostró evidencia científica al respecto. Sin embargo, una semana después, los simpatizantes de Trump incluidos en el grupo experimental habían vuelto a pensar que esa relación existía. Algo parecido sucede, en el otro lado del espectro político, con quienes sostienen que el Gobierno de Maduro es víctima de una conjura imperialista. Larga vida a la paradoja de Epiménides: “Todos los cretenses son mentirosos.” Epiménides era cretense, claro está. La mayoría de nosotros miente, con mayor o menor frecuencia. Quienes lo hacen con mayor asiduidad, como estafadores o muchos políticos, se van habituando al estrés que esto genera.