Ayer terminé de leer el libro de María Villegas: Verdades de una mentira. Varias personas nos hemos hecho una idea de qué se trata este texto, y esto, por si acaso, dista del prejuicio. Se trata, más bien, del resultado de un conocimiento a priori del pensamiento ideológico de la autora: sus columnas publicadas y sus comentarios posteados desde hace años en redes sociales nos auguran una conclusión anticipada. Es que debo decirles que, cuando la autora de un libro que voy a leer se codea con la red de trolls fujimoristas en Twitter y los felicita por “enfrentarse al establishment caviar”, como que cuesta, ¿no? Pero vamos al libro, que lo único que hace es tirar por la borda toda la investigación cualitativa, repito, c-u-a-l-i-t-a-t-i-v-a, de las esterilizaciones forzosas durante los años 90. Para empezar, no entiendo cómo se puede hacer un libro sobre el “Programa de Salud Reproductiva y Planificación Familiar” y no recoger un solo testimonio de las mujeres afectadas. La opinión de la autora es que este es un cuento de las feministas y que las esterilizaciones fueron casos aislados y no política del Estado. Pero en su argumentación, no solo no recoge testimonios de las mujeres, sino que parece obviar todas las investigaciones periodísticas del caso. Julia Urrunaga y Melissa Goytizolo son solo dos de las periodistas de investigación que encontraron abusos y ningún documento de consentimiento informado, luego de haber hablado con cientos de mujeres. Villegas dice que no hay pruebas de que las esterilizaciones hayan sido una política sistemática. Que los médicos mienten acerca de las cuotas de mujeres que se les pedían, todo para salvar su pellejo. Claro, todo esto es suposición de la autora, frente al resto de evidencia. ¿Tiramos al tacho los documentos del año 1997 con los que el Ministerio de Salud ordenaba a los médicos desplegar todos los esfuerzos para que se cumpla con la cuota de esterilizaciones? Documentos que incluso piden al personal administrativo (que en esa época incluía al de limpieza) apoyar consiguiendo a mujeres que se esterilizaran con o sin su conocimiento. Igual en el caso de Piura, donde se ha demostrado que el imperativo venía desde la Dirección Regional con órdenes clarísimas. En Ucayali y en Cusco, las mujeres eran llevadas desde sus casas hasta las postas y, muchas veces, amarradas en contra de su voluntad con ofrecimientos económicos. Este es el caso de la shipiba Norma Mori a quien la subieron en una balsa por seis horas hasta llegar al lugar donde la operaron contra su voluntad y, si la autora leyese toda la investigación, podría nombrar muchos otros testimonios más. ¿Me va a decir Villegas que los médicos irresponsables son los que se organizaron para mandar a traer mujeres que vivían a seis horas en balsa de la posta más cercana? Quizás la autora esté muy preocupada por los números, pero nosotros estamos preocupados por un libro que silencia todas estas voces. Su pretensión académica termina en una falsedad llenecita de miserias que deben ser puestas en evidencia.