El gobierno de PPK heredó una economía urbana paralizada desde 2014, que no creaba empleos formales, con un déficit fiscal mayor al promedio de la ultima década, y con la inversión privada y pública en caída. Esto porque los motores externos, altos precios de materias primas y entrada de capitales se apagaron desde el 2013. Y el contexto externo no ha cambiado mucho: los precios de los metales han subido algo, pero las políticas monetarias en los países centrales empiezan a ajustarse gradualmente. Después del primer año, la economía urbana ha empeorado y el estancamiento heredado se ha convertido, probablemente, en una recesión. En primer lugar, porque el gobierno de PPK aplicó un duro e innecesario recorte de la inversión pública (IP) desde fines de 2016 hasta casi mediados de 2017, para reducir el déficit fiscal. Dos, porque se puso todos los huevos de la reactivación en la canasta del “destrabe de la inversión privada”, vinculada a las APP. Pero fracasó, primero, con Chinchero, donde el gobierno mostró su faz de “lobbysta” al querer sacarlo “como sea”, propiciando la salida de Martín Vizcarra. Luego vino el escándalo Odebrecht, que terminó por liquidar al “destrabe” al caducar la concesión del Gasoducto Sur Peruano. A esto se sumó un inesperado Niño costero, que afectó el norte del país, donde se concentra casi un 20% del PBI nacional. Estos dos fuertes impulsos recesivos, en una economía urbana tres años paralizada, desencadenaron una tercera y poderosa fuerza recesiva: el sistema bancario reaccionó cortando el crédito ante el aumento de la morosidad y el deterioro de las expectativas de crecimiento económico futuro. En el mejor de los casos, estas tres fuerzas han puesto a la economía urbana al borde de una recesión en toda regla. En el peor, esta ya se habría iniciado y podría durar hasta que el gasto fiscal en la reconstrucción alcance la envergadura suficiente para iniciar una reactivación económica (¿segundo semestre del 2018?). ¿Qué se ha hecho para eliminar el peligro de recesión de la economía urbana? Muy poco. Se ha anunciado un plan de impulso fiscal y de reconstrucción de las zonas afectadas vía la IP, lo que podría ser el motor de la reactivación. Pero para ello es imperativo un “shock” de IP que revierta las expectativas pesimistas y “jale” a la inversión privada, que es el 80% de la inversión total. La clave es el monto de la IP, que sería el 4.3% del PBI en el 2017 (BCR dixit), similar al 2016 e inferior al 2015, años de caída. Esto implica que, a pesar de los anuncios en contrario, no habría una política fiscal expansiva en 2017. Salvo que los precios de las materias primas se disparen y eleven los ingresos fiscales, lo cual es por lo menos incierto. Para aumentar la IP es condición sine qua non elevar la meta de déficit fiscal –actualmente en 3%– hasta 4.5% del PBI en el 2017. Así, la IP llegaría a 5.8% del PBI, lo que sí sería significativo. Y se puede hacer porque hay recursos que no se están utilizando, tanto financieros (los ahorros del Fondo de Estabilización Fiscal y la capacidad de endeudamiento) como económicos (capacidad productiva y mano de obra). Si no, ¿para cuándo la política anticíclica? Tiene también que intervenir el BCR –para luchar contra la tercera fuerza recesiva mencionada– bajando la tasa de interés de referencia para abaratar el crédito a la inversión y al consumo. Sin embargo, apenas si ha bajado la tasa de 4.25 a 3.75% en los últimos meses. Esta política monetaria restrictiva está orientada, por un lado, a cumplir su meta de inflación (la más baja de la región), y, por otro, a evitar que suba el dólar para proteger a las grandes empresas endeudadas en dólares y a sus acreedores, incluidos los grandes bancos. El BCR debería bajar la tasa de una manera agresiva, lo cual no interferiría con su mandato legal. Incluso en Chile, donde su Banco Central “vela por la estabilidad de la moneda”, la tasa es 2.5%. Si luchar contra las recesiones fuese un objetivo del actual BCR, su tasa de interés de política tendría que esta en un nivel entre 1% y 1.5% anual. Para terminar, no estamos ante un “pesimismo porque sí”: ha sido generado por la brutal caída de la demanda de los últimos años. Las expectativas no cambian con pronósticos “optimistas” (ya vienen Quellaveco y Tía María). Como dice Jurgen Schuldt (1) “una política de shock es indispensable para que acusen el golpe las deprimidas expectativas y es viable porque se dispone entre el 30% y el 40% de la capacidad ociosa, especialmente la industria manufacturera”. Y no hemos hablado de cambiar el estilo de crecimiento vía la diversificación productiva que, al parecer, descansa en paz. Esperamos el discurso. (1) http://elcomercio.pe/opinion/columnistas/equipo-economico-luto-juergen-schuldt-444527 (*) Este artículo ha sido escrito conjuntamente con Oscar Dancourt.