La palabra “nerd” ha sido castellanizada, sin éxito, como “nerdo”. De modo que para los fines de esta nota nos quedaremos con el vocablo al uso, en inglés. En el imaginario popular, el título que encabeza este artículo remite a la tensa dinámica entre unos y otros, particularmente en el universo adolescente e infantil. Hay incontables escenas, cinematográficas o de TV de este “buleo” en patios de escuela o situaciones callejeras. Pero si extrapolamos estos episodios de abuso al Congreso de la República peruana, nos encontramos con lo siguiente. El congresista del APRA, Javier Velásquez Quesquén, declaró que el presidente Kuczynski y el ministro Thorne “desafían al Congreso con su actitud”. El desafío aludido, en lo que respecta al presidente de la República, consistía en haber afirmado que ya tenía un reemplazo para Thorne en caso lo censuraran, y que horas después lo respaldó. En el caso del ministro, su atrevimiento consistió, según el aprista, en no haberse disculpado por la conversación grabada con el contralor Alarcón. Ergo, iba a respaldar la moción de censura a Thorne. Al leer estas declaraciones propaladas en Twitter por el diario Correo, comenté en un tuit: “Esto es como decir que los nerds desafían a los matones en el patio del colegio y por eso les pegan.” Como diría Kundera: “El castigo busca la falta”. El abusón, por lo general, no precisa de otra justificación que su mayor fuerza física o numérica para amedrentar, humillar y golpear a los más débiles. Su goce sádico consiste precisamente en eso: lo hago porque puedo y de este modo acallo cualquier remordimiento que pudiera surgir en mi fuero interno. Y como “remordimiento” significa etimológicamente “volver a morder”, está condenado a seguir haciéndolo indefinidamente. El problema es que, mientras en el patio o en la calle, o acaso en la movilidad escolar, como ha recordado más de un paciente en mi consultorio, el abuso permanece impune, en ocasiones durante años, en la arena política, no. De ahí que el Apra, que parece trabajar para el fujimorismo, como Sendero para los narcos en el Vraem –si me permiten la analogía un tanto sangrienta– se sienta obligada a ensayar una justificación, por jalada de los pelos que resulte. También recuerda a las de los feminicidas (“ella me provocó coqueteando con otro y por eso la quemé”, etcétera), o al cardenal Cipriani diciendo que las violaciones son causadas por las vestimentas de las mujeres, puestas en escaparate. En suma, la culpa es de la víctima, que se lo buscó. No obstante, sabido es que los nerds jamás lograrán aplacar a los abusones mediante súplicas o dádivas. Al contrario, esto los incita a seguir machucándolos hasta sacarles el jugo y después descartarlos (léase vacancia presidencial). Si los nerds del gobierno no se plantan y se la juegan, este juego del gato y el ratón no va a parar hasta obtener la cabeza de Ratatouille. El problema es que, mientras en el patio o en la calle, o acaso en la movilidad escolar, como ha recordado más de un paciente en mi consultorio, el abuso permanece impune, en ocasiones durante años, en la arena política, no.