La interpelación es legítima, pero no el abuso de la misma.,No hay duda de que la interpelación y eventual censura de un ministro constituye un instrumento constitucional legítimo en las relaciones entre el gabinete y el congreso, pero el abuso del mismo puede implicar –como está ocurriendo ahora– una grave fuente de perturbación para la gobernabilidad y la estabilidad democrática. Era previsible que el contexto de una mayoría parlamentaria aplastante de la oposición con el fujimorismo y su furgón de cola aprista, al que se suman con entusiasmo Acción Popular y la izquierda, implicaría una fuerte presión sobre los ministros del presidente Pedro Pablo Kuczynski. Una fiscalización activa del congreso es positiva pues fuerza al gobierno a ser más diligente en sus políticas públicas y a mejorar su capacidad de defensa y comunicación de las mismas, algo que es propio de una democracia, en donde no solo se debe hacer sino informar y rendir cuentas. Por ejemplo, el proceso para otorgar facultades legislativas fue una excelente experiencia de interacción entre Fuerza Popular y el gobierno. Eso no es, sin embargo, lo que está pasando con las interpelaciones, en las cuales se perciben motivaciones subalternas que expresan, como dijo el premier Fernando Zavala, abuso de poder en lugar de control político. Cuando se usa la interpelación y la censura parlamentaria como amenaza y biombo para ocultar la necesidad de expresiones de poder, representación de lobbies, o instrumento de negociación política, se pervierte el mecanismo y se le convierte en chaira al servicio de asaltantes. O sea, lo que pasó con Jaime Saavedra. El Apra ha demostrado ser hábil en el uso de la censura con ese estilo. Como lo hizo con el primer gobierno de Fernando Belaunde, contribuyendo a traérselo abajo, y como lo hace ahora con su capacidad de defender lo que sea según la circunstancia. Sin descartar la utilidad de la interpelación, una cosa es invitar a un ministro a que informe de lo que ocurre en su sector, o sobre un problema que se ha presentado, y otra muy distinta es traerlo como al que le aplicarán la guillotina en medio del hemiciclo por parte de congresistas borrachos de poder que, antes de escuchar razones, adelantan la censura obedeciendo las órdenes de una emperatriz que, desde su despacho y con la sobonería de sus asesores que la adulan, le baja el pulgar a un miembro del gabinete sencillamente porque le conviene políticamente en ese momento, o para calmar la frustración, que ya cumplió un año, por haber perdido, por errores propios, una elección que tenía en el bolsillo.