Zbigniew Brzezinski (1928-2017), académico polaco-norteamericano de la Johns Hopkins University, fue uno de los dos asesores que cambiaron la política exterior de Washington en la posguerra. No tan célebre que su colega Henry Kissinger, quien lo sobrevive a los 94, sin embargo no fue menos importante. Si Kissinger fue clave en diseñar y concretar el acercamiento entre China y los EEUU en 1972, Brzezinski fue decisivo en el diseño de la complicada estrategia de usar los derechos humanos como arma geopolítica y de aliento a la guerra de Afganistán, dos cosas que conducirían al desmoronamiento de la URSS en 1989. Varios libros de Brzezinski, cuya vocación era la ciencia política mucho más que la diplomacia, ya venían anunciando algunas de las crisis en las que le tocó participar. Alejado del poder siguió reflexionando sobre uno de sus temas favoritos, los imperios en el mundo contemporáneo. Su visión del imperio estadounidense fue que este vivía dedicado a un juego peligroso: extender su área de influencia y la proyección de su fuerza militar mucho más allá de lo conveniente. Esto, que fue producto del desafío mundial de la URSS, no pudo ser revertido cuando el mundo se volvió multipolar, y menguó la primacía de Washington. Entre los reproches de sus críticos está que la tirria de Brzezinski a la URSS lo llevó a no ver que los islamistas afganos que los EEUU empoderaron (entre ellos Osama Bin Laden) terminarían llevando su guerra contra occidente, mundializando el terrorismo. El Vietnam de los rusos, como lo llamó, terminó siendo algo potencialmente mucho peor. Frente a esto Brzezinski mantuvo su posición, sosteniendo que la caída del imperio soviético fue un logro mucho más importante que el consiguiente auge de los talibanes. El asesor nunca se libró realmente de la acusación, difícil de probar, de haberle abierto la puerta al terrorismo islámico. Con Brzezinski en cierto modo terminó la era de los asesores presidenciales de alto perfil y poder más allá de su investidura. Los políticos puros y duros tomaron la posta. Las estrategias de tipo “gran juego”, en el sentido de abierta confrontación de imperios, han cambiado. Hoy es China, no Rusia, la que ocupa el lugar central de competencia con occidente.