La corrupción y la demagogia están arrastrando a América a una crisis sin precedentes. Brasil y Estados Unidos, las dos mayores economías continentales, se precipitan a un abismo, arrastrados por la precariedad de sus presidentes.Quien peor la tiene es el Brasil. La corrupción ha embarrado a toda su clase política, produciendo un hartazgo unánime. Las denuncias tienen contra las cuerdas a Aécio Neves, principal rival de Dilma Roussef en 2014. Eduardo Cunha, gran promotor del juicio político que acabó con su presidencia, ahora está tras las rejas, condenado a 15 años de prisión por recibir 1,5 millones de dólares de Petrobras. Luiz Inázio Lula da Silva sueña con su resurrección política, pero antes deberá sortear acusaciones como las que lo llevaron a sentarse en el banquillo de los acusados, delante del juez Sérgio Moro.Pero todo indica que lo peor está por volver, ahora que el fantasma del impeachment comienza a sobrevolar la cabeza de Michel Temer, quien hace solo un año reemplazó a Rousseff con la promesa de «pacificar la nación y unificar Brasil», construyendo «un Gobierno de salvación nacional». El diario O Globo reveló una conversación suya con el empresario Joesley Batista, quien le comentó que venía pagando un soborno mensual para comprar el silencio de Eduardo Cunha. La respuesta de Temer fue: «Eso tienes que mantenerlo, ¿de acuerdo?».Esta revelación ha ocasionado que el Supremo de Brasil decida abrir una investigación en su contra, posible antesala de un nuevo juicio político. Temer ha dicho que no dimitirá, pero ha comenzado a perder aliados políticos, su índice de aprobación roza el 9% y los mercados nacionales han sufrido las mayores caídas en diez años, antes incluso de conocer la revelación de O Globo. Todo indica que sus días están contados.Desde que asumió la presidencia, Donald Trump vive en una permanente crisis. Sus exabruptos, sus medidas bloqueadas judicialmente, las dificultades que vive su comando de asesores —con la pugna entre Steve Bannon y Jared Kushner— y la trama de intrigas y ciberespionaje que lo asocia con la Rusia de Vladimir Putin han impedido que los Estados Unidos tenga un día de calma desde la elección del magnate de la construcción.Ahora a Trump se lo acusa de haber pedido a James Comey —recientemente destituido director del FBI— que detuviera una investigación sobre Michael Flynn, su antiguo consejero de seguridad, quien mintió sobre sus reuniones con el embajador ruso Sergey Kislyak, en plena campaña contra Hillary Clinton. «Espero que puedas ver la forma de dejar esto pasar, de dejar pasar lo de Flynn. Es buen tipo. Espero que le puedas dejar ir», dijo Trump.Está por verse hacia dónde conducen las investigaciones del fiscal especial nombrado para el llamado caso «Rusiagate», pero el sistema de separación de poderes ha demostrado su vitalidad, y queda claro que Trump no tiene la sartén por el mango, como suele insistir. También está por verse qué pasará en el vecindario, que espera con incertidumbre el destino de los dos países más decisivos de la región.