Carmen González Impacta la puesta en escena de “El zoológico de cristal” de Tennessee Williams, dirigida por el gran director Joaquín Vargas y que puede verse en el ICPNA de Miraflores. Él también está dirigiendo “Piaf” en el Marsano. Trata de una familia con felicidad ausente como hay tantas. ¡Pobres hijos! Es lo primero que provoca exclamar frente a la madre que “desea lo mejor para ellos” pero los asfixia con recomendaciones y consejos para salir de la precariedad en la que viven. No percibe las emociones que despierta. Su miedo al futuro lo niega reviviendo un pasado “glorioso” donde era asediada por los más ricos de su pueblo, antes de contraer matrimonio con un marido alcohólico y abandonante, al que sigue “amando”. No acepta que no fue amada, que la hija tullida no encontrará marido “adecuado” y que el hijo está tan hastiado de ella que sólo desea escapar aunque sea para buscar al padre abandonador. En mayor o menor grado, esta madre es la de todos. Ama a su forma. No se da cuenta de que amor es tener en cuenta al “otro”: sus ilusiones, deseos, sentimientos, rabias. Porque la madre es nuestra raíz, es la proveedora esencial de los mayores gozos y peores frustraciones. La balanza interna entre lo gratificante y doloroso recibido hará que los hijos tiendan a la búsqueda de lo más saludable; o que por la ley de la repetición compulsiva busquen lo destructivo. ¿Hasta cuándo? Hasta que comprendamos que las madres no tienen que ser perfectas. Que la madurez es saber que nos dio lo que pudo, producto de su propia infancia. Que la vida ya es harto. Que la frustración y reclamos terminan cuando aceptamos que no hay vuelta para atrás. Que no queda otra que rearmarnos con lo bueno recibido y con el esfuerzo de inventarnos lo demás. (*) Abogada y sicoterapeuta.