Hay varios mitos sobre los conflictos sociales. El más frecuente es que estos son generados por conspiradores que quieren crear problemas a las empresas y al gobierno. Este mito supone que la gente involucrada en el conflicto no tiene intereses reales sino que es manipulada. Otro mito es que el conflicto proviene de un solo lado: el de los malos de la película. Son los antimineros dice la derecha, por ejemplo, olvidando que el conflicto nace de una relación social que anida intereses sociales en contradicción o en tensión, en este caso, entre la empresa minera, por un lado, y los trabajadores y el medio ambiente que la rodea, por otro. Otro mito es que se puede acabar con los conflictos a través de la represión y la aplicación de la ley por parte del Estado. Este mito soslaya el hecho que, en este caso, se enfrentan los efectos, pero quedan intactas las causas del conflicto. Mientras las causas más irritantes permanezcan intactas, el conflicto seguirá latente, listo para estallar en el momento oportuno. Se pueden eliminar quizá las aristas más irritantes y contradictorias que suscitan mayor rechazo y protesta, pero es imposible eliminar todas las causas de los conflictos. En este sentido, los conflictos son inevitables. John Stuart Mill, un gran pensador liberal del siglo XIX, decía que si no existiera el conflicto habría que inventarlo para evitar la estandarización y el conformismo social. Para enfrentar adecuadamente los conflictos no basta con conocer las causas que los producen sino que es necesario imaginar y proponer las formas y las estrategias más adecuadas para resolverlos. En el señalamiento de las causas es alentador lo que dice el Vice-presidente de la República: “Más que el polvo, el camión es la expresión del paso de la riqueza delante de sus ojos”. Y sigue: “No puede ser que un proyecto de tanta inversión conviva con vecinos que sufren de estos niveles de falta de desarrollo y de pobreza”. (Caretas N.2460) En la búsqueda de soluciones, el gobierno apela a organizar coaliciones con los gobiernos regionales y al diálogo con los actores en conflicto. Eso está bien, pero aún es una propuesta parcial y limitada. Las coaliciones y el diálogo son eficaces si van acompañados por una política que articule una amplia coalición socio-política entre los empresarios mineros y los pobladores de las zonas mineras que permita la coexistencia de los intereses privados con la producción de bienes públicos (educación y salud pública de calidad, saneamiento, electricidad, carreteras, etc.). Ryan Saylor ha escrito un libro que va en esta dirección: State Building in Boom Times. Commodities and Coalitions in Latin America and Africa (Oxford, 2014) en el que se propone explicar la capacidad del Estado a través de una perspectiva “botton–up”, es decir, la capacidad del Estado explicada por un juego de coaliciones de los grupos políticos y económicos. Saylor sostiene que la capacidad del Estado consiste en la habilidad para estructurar bienes públicos e instituciones fuertes como un prerrequisito para el desarrollo económico.