El nombramiento de José Chlimper y Rafael Rey como nuevos directores del Banco Central de Reserva ha despertado una ola de críticas que le hace poco favor a una institución de primera, que para funcionar bien necesita ser autónoma y contar con técnicos del más alto nivel. Por eso en su artículo 11, la Ley Orgánica del Banco Central de Reserva dice: “Los Directores deben ser peruanos, tener reconocida solvencia moral y poseer amplia competencia y experiencia en economía y finanzas”.No parece ser el caso de los nuevos directores –sí el de Elmer Cuba, tercer elegido–. Hay que recordar que, como secretario general de Fuerza Popular, José Chlimper es un político con una intensa actividad partidaria, a diferencia por ejemplo del presidente del BCR Julio Velarde, cuya independencia nunca ha sido puesta en cuestión por su conocida filiación pepecista. Peor todavía, aún arrastra la denuncia originada en la campaña presidencial, de haber adulterado un audio para limpiar a Joaquín Ramírez de las investigaciones de la DEA por lavado de activos, reveladas por la prensa peruana e internacional.Por su parte, Rafael Rey no tiene los conocimientos de economía que exige un cargo como el que ha recibido (es ingeniero). Ha construido su carrera política cambiando diligentemente de color partidario y aceptando las funciones más dispares. Llega al BCR convertido en un feroz aliado del fujimorismo y el aprismo, capaz de lanzarse airadamente contra sus críticos (su cuenta de Twitter es una prueba palpitante de su beligerancia), e incluso de intentarlos amedrentar a punta de querellas sin sustento. No parece capaz de aportar mucho desde el BCR, salvo ser un enclave de sus actuales valedores.Con su abrumadora mayoría, el fujimorismo tiene la potestad de imponer decisiones como el nombramiento de los tres directores del Banco Central de Reserva. Pero no deja de ser asombrosa la terquedad con que repiten las viejas costumbres del pasado, algo que contradice con hechos su discurso de renovación. Ocasiones como ésta deberían servirle para demostrar una verdadera voluntad de cambio, como pregona en campaña. ¿Por qué en lugar de apostar por dos personas vinculadas al partido como Rey y Chlimper, y asociadas con algunas de sus peores prácticas históricas –la intolerancia, la prepotencia, la componenda o el acomodo–, no lo hicieron por profesionales independientes, de primerísimo nivel, con credibilidad y honestidad comprobada? ¿Estaríamos discutiendo ahora esta decisión, o más bien celebraríamos su acierto, reconociéndole a la mayoría del Congreso su ponderación, su rigor, su actitud renovada?