Hay mucho por aprender del proceso electoral que acaba de terminar. Una de esas lecciones consiste en darse cuenta de que lo ocurrido en el Perú no es exclusivamente nuestro. Me tocó en suerte estar ausente en la semana decisiva. En una reunión con algunos de los psicoanalistas más destacados del mundo, me preguntaban acerca de lo que estaba sucediendo en mi país. Intenté explicárselos lo mejor que pude y, para mi sorpresa, todos me hablaron de experiencias análogas en los suyos. Un colega inglés (Jonathan Sklar), una israelí (Mira Erlich), un norteamericano (Jack Novick) o un brasileño (Sergio Lewkowitz) pensaban que se trataba de un fenómeno de características mundiales: el auge del populismo, la antipolítica y la resistencia a la memoria. En efecto, en Austria o en Francia, la extrema derecha es cada vez más fuerte. Crece igualmente en Alemania o Israel. Como si las tragedias de los nazis o los fascistas no hubiesen ocurrido. Sklar pensaba que esto se explicaba por el bloqueo de la memoria. Pero tengo mis dudas, a la luz de lo sucedido en el Perú. Mucha gente recuerda con claridad los crímenes del fujimontesinismo. En términos psicoanalíticos, hay un componente traumático de esa época que ha permanecido inerte, adormecido, por así decirlo, en buena parte del imaginario popular. Como si no hubiese podido ser procesado. No es lo mismo recordar que elaborar, extraer las consecuencias y tomar decisiones al respecto. De hecho, Fuerza Popular y Keiko Fujimori habían prácticamente logrado su cometido de mantener adormilada la conciencia de buena parte del electorado. No es que no recordaran, repito. Lo que sucedió, pienso, es que muchos optaron por bloquear el contenido delictivo y violento de ese periodo, con la esperanza de salir ganando de ese pacto faustiano. Hasta que, en la última semana, ocurrió el acontecimiento del audio trucado. Esto es lo que los psicoanalistas llamamos el a posteriori o, en francés, el après-coup. Algo que ha permanecido inmóvil, sin efectos psíquicos visibles, es activado como una bomba con un mecanismo de retardo y estalla el recuerdo con toda su intensidad. Como un niño que ha sido víctima de un abuso sexual que no puede entender y almacena esa experiencia hasta que, muchos años después, otra experiencia vinculada a su sexualidad aviva, como diría Jorge Manrique, el seso y despierta. No fue lo único que ocurrió, claro está. La intervención de Verónika Mendoza, in extremis, de seguro contribuyó decisivamente. Pero ese remedo de manipulación mediática, me parece, hizo que la memoria saliera de su somnolencia y se pusiera a trabajar. Por lo menos en una cantidad suficiente de personas como para que se volteara una elección que parecía perdida. Puede que haya sido un acto autodestructivo o tan solo el retorno de lo reprimido de parte de FP. Lo que no podemos hacer es ignorar estas fuerzas de la antipolítica. Siguen ahí, agazapadas en todo el mundo.